Cuando ni siquiera han finalizado los créditos, se palpa la calidad de “Aguas oscuras”. Hay en su puesta en escena, ganas de hacer cine, exigencia de autor, hambre de profesionalidad. Y justo al final de esos créditos, el director, Todd Haynes, inscribe su nombre allí donde aparece Mark Ruffalo/Rob Bilott, el abogado protagonista de esta película inspirada en la realidad.

Ignoro si Spielberg ha dicho públicamente algo respecto a “Jojo Rabbit” pero, conocida su incomodidad ante “La vida es bella” de Roberto Benigni, lo más probable es que el neozelandés Waititi no reciba ningún apoyo del universo Dreamworks en la próxima ceremonia del Oscar.

La inocencia a la que hace referencia el título no obedece a la de la niñez, sino a la de una pubertad “peterpanizada” que ni sabe, ni quiere madurar. Poco importa que su protagonista haya deambulado por el camino del sexo, las drogas y la música dance; ella, a sus quince años, se mueve como una irresponsable que sueña con ser una estrella circense y que prueba su habilidad colgada como un vampiro en las barras de los columpios infantiles.

Aspirante firme al Oscar a la mejor película, “1917” recrea, en un maratoniano plano secuencia de dos horas, la odisea de un soldado británico en una carrera desesperada para avisar a sus compañeros de que están a punto de ser víctimas de una trampa letal. 

En los minutos del desenlace, cuando el via crucis de Richard Jewell da síntomas de desmoronarse, Clint Eastwood deja que sea el propio Jewell, o sea el actor que lo representa, quien verbalice el sentido de este filme: “si se sospecha del héroe -se nos dice- nadie querrá asumir esa tarea”.

Curtido en el oficio en el campo de batalla de las series de televisión, Marc Vigil debuta al frente de un largometraje con este relato de género “noir” ambientado en la España contemporánea y con una obvia dosis de metalenguaje y autorreferencia, propia de quienes han vivido la profesión desde dentro.

El 5 de enero de 1895, el de la noche de Reyes, se ejecutaba la sentencia que condenaba al capitán Alfred Dreyfus a cadena perpetua por un caso de espionaje en el ejército francés. En medio de un ritual protocolario propio de una época de solemnidad crepuscular, Dreyfus, cuya sentencia había gozado inicialmente del beneplácito de la ciudadanía, era degradado de sus galones y desposeído de sus armas; pasaba de oficial a presidiario.