Solo quieren más

Título Original: THE CONSELOR Dirección: Ridley Scott  Guión:  Cormac McCarthy Intérpretes: Michael Fassbender , Penélope Cruz, Cameron Diaz, Javier Bardem y Brad Pitt  Nacionalidad: USA. 2013 Duración:  117 minutos ESTRENO: Diciembre 2013

Cada cinco minutos algún actor de los que deambulan por El consejero se ve obligado a declamar una frase lapidaria. Entonces recita un pensamiento hondo de los que provocan rubor a quien los dice y vergüenza ajena en quien los escucha. Por ejemplo: “la verdad no tiene temperatura”. Y, ciertamente, hasta ahora la calidad moral de los deseos humanos no se mide en escalas Kelvin, Farenheit o Celsius. No hay termómetro para juzgar el valor de la ética, ni mercurio que mida la calidad de un filme. Tampoco hay por parte de Ridley Scott otra razón para filmar así este guión que el de sentirse ebrio de poder, repleto de medios. 
A la ambición desmedida de un Ridley Scott, que en los últimos años ha quemado las naves del sentido común, se le une la vanidad de un escritor, Cormac McCarthy, al que nadie le ha explicado las diferencias que existen entre el cine y la palabra escrita. Como la cosa va de egos monumentales, el resultado es una descomunal vacuidad llena de mal rollo, atravesada por comportamientos perversos, habitada por personajes malignos y situaciones a las que nadie se molesta en sostener. Los personajes de El consejero son así porque a Scott le da la gana. Y hablan como profesores de filosofía cuando no son sino macarras de cortijo, porque McCarthy los ha creado como marionetas que reproducen sus “ingeniosas” metáforas. Nada hay en su interior, ninguna verdad que suene a deseo de sostener un relato simbólico.
Hace sesenta años, Hitchcock acabó con la idea del héroe. En su lugar nació el antihéroe, el hombre débil que a su pesar, a rastras y preso de miedos, fobias y remordimientos, trataba de reconstruir un orden. En El consejero todo se reduce a una reunión de psicóticos descerebrados. Son basura de lujo. Son propietarios de fincas y coches, de vidas y muertes, que juegan en un tablero sin reglas. No las hay porque Scott se dedica a crear un filme escópico en el que se mezclan sin pudor las snuff movies con los asesinatos de Ciudad Juárez. Todo le sirve. Desde el narcotráfico a extravagantes proezas sexuales de discutible gusto e imposible práctica, salvo si se pertenece al circo. En un gesto de delirio supremo, Scott hasta hace chistes con el origen de sus actores, con la infrahistoria de sus películas anteriores, con lo que representaron en otras cintas y con lo que aquí están haciendo. ¿Trata Scott de seguir el sendero del Kubrick póstumo, el de Eyes Wide Shut donde Cruise y Kidman zigzageaban por la línea de sombra entre lo que eran y lo que estaban representando? Como el autor de El resplandorScott une en la ficción a quienes comparten vida privada. No solo Bardem-Cruz, también trató de hacer lo mismo con Pitt y Jolie, sólo que ésta se escapó a tiempo. Pero al margen de decenas de guiños, propias de verde cinéfilo crepuscular, se percibe que Scott pretende hacer la madre de todas las películas. En El consejero, el diálogo de Nexus 6 en Blade Runner, la célebre despedida de Rutger Hauer con Harrison Ford derrengado sobre una cornisa, se repite en cada esquina, en cada intersticio. Pero no hay rastro del hálito poético que atravesaba aquella odisea de replicantes y humanos. En su lugar, aquí todos resultan inhumanos. Todos se mueven por la ambición de poseer. Quieren más. Y aunque en ellos se dibujan líneas de engarce para transcender de lo que son, ninguno lo logra porque carecen de dignidad y sentido. Durante años, Scott pareció una especie de Michael Curtiz, un solvente pero discreto realizador, cuyas obras le preceden. En los últimos tiempos, Scott parece dispuesto a convertirse en un mal prestidigitador capaz de hacer olvidar que, en otro tiempo, su mirada convocó obras como las que hizo.
 
 
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