CINE ORIENTAL en el Festival de San Sebastián
¿Dónde están los héroes?
Cuando la corrupción ha llegado a un punto de no retorno, cuando hay tantos explotados y los cada vez más numerosos explotadores son escandalosamente ricos, cuando el cemento ha conseguido tapar cualquier brote de hierba y el humo de fábricas y negocios incontrolados nubla los más espectaculares paisajes, la capacidad del ser humano para resolver los problemas que ha creado se presiente cada vez más inútil. Podría llegar entonces la hora del héroe, si no fuera porque los héroes solo pueden salvar a los que tienen fuerza para pedir ser salvados.
Tian zhu ding (Un toque de violencia, o de pecado -si se traduce literalmente del título en inglés que poco tiene que ver tampoco con el original-), la última película de Jia Zhangke, es tan sencilla y clara en su planteamiento como emocionante en sus resoluciones. Sus cuatro personajes centrales merecerían ser felices si hubiera un poco de justicia, pero no la hay. Podrían incluso no ser humanos, sino esos animales con los que Zhangke parece querer agruparlos en un simple juego de parejas. Un hombre solo, maltratado como un caballo de carga, sin motivo, únicamente por el placer de golpear al que está por debajo. Un padre de familia que quiere quitarse el yugo del ganado vacuno en el que siempre han querido convertirlo. Una mujer que intenta volar y un joven que desearía poder ser libre como un pez. Zhangke habla de animales y de hombres, pero sobre todo habla de un país, China, al que viene retratando desde hace dos décadas y cuya situación ha entrado en un efecto ventilador que cada vez se mueve a mayor velocidad y donde el individuo se pierde en la masa sin posibilidad de asomar la cabeza.
En ese contexto, ver que un hombre apaleado se convierte en un tigre, aunque sea de felpa, provoca la curiosa sensación de que los héroes llegan por caminos muy diversos. ¿De dónde sacáis toda esa violencia que lleváis dentro? Los chinos del pasado les preguntan a los chinos del presente. Aquellos desde la belleza y el lujo de los palacios y estos desde la masificación y la pobreza de quienes han de sostenerlo siempre todo.
Aunque solo fuera por eso, el trabajo de Zhangke, repleto de simbolismos, ya hubiera tenido sentido. Pero además están esos momentos en los que un hombre se empecina en preguntar en voz alta lo que todos callan y una recepcionista se transforma en heroína de película de capa y espada. Si fuera por ellos el panorama podría anclarse en la ilusionante fantasía que nos permite la ficción. Pero en la China que dibuja el increíble creador de imágenes que es Zhangke, los jóvenes aparecen incapaces de pelear y muy débiles para soportar la tensión a la que están sometidos.
El pasado pesa sobre ellos tanto como el presente y Zhangke no es capaz de encontrar un héroe para el futuro, ni siquiera en el enorme país del wuxia.
 
Blanca Oría
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