Con La herida, su director Fernando Franco cierra con rigor el cupo de películas a concurso en la Sección Oficial

Un sobrio desgarro emocional para terminar
La herida finaliza prácticamente igual que como ha comenzado. Con la angustia de Ana, su joven protagonista, una mujer que vive en una permanente agonía. Entre uno y otro plano han pasado muchos días, han desaparecido algunos personajes. Entre el comienzo y el final sabemos bastantes cosas de ella y, sobre todo, intuimos muchas más. Pero Ana y su aproximación al precipicio del suicidio apenas han cambiado en algo. En todo caso, Ana ha perdido sujeciones, tiene menos amigos, menos pretextos para aferrarse a la vida. También sabemos que Ana bebe mucho. Que Ana fuma sin parar. Que Ana aspira cocaína y se rompe por dentro. Y es que Ana tiene mala leche. Ana no se soporta ni resulta soportable. Ana solo reluce cuando se pone al servicio de los demás; cuando se encuentra entre personas que la necesitan, cuando al serles de ayuda se siente en el centro de su atención.
En ella habita un terrible veneno; el de la insatisfacción. Y durante hora y media, su creador, Fernando Franco, se pega a su piel, la escruta sin complicidades. No hay piedad en esta herida abierta. Ni para su protagonista, a la que Franco no le permite seducir a espectador alguno, ni para el público, a quien no le da ninguna concesión, ningún alivio.
La herida, más allá de afinidades o no, de empatías, químicas y otros flujos emocionales que contribuyen al placer o displacer ante la visión de un filme, aparece como la obra más coherente, sólida y firme de cuantas han concursado en esta edición. Sólo Club Sándwich del mexicano Fernando Eimbcke puede sostenerle la mirada en ese territorio. Lo de Cánibal pertenece a otra dimensión, sus riesgos han sido mucho más complicados; sus resultados también.
Editor antes que director, Fernando Franco para su primer largometraje se refugia en la solidez de la estructura, en una escritura de geometría precisa, de simetrías evidentes. De modo que, paso a paso, secuencia a secuencia, Franco modela el perfil de Ana. Sin evidencias, sin explicaciones, salpica su retrato con gestos, datos y rúbricas narrativas que desnudan a su personaje. Es evidente que para construir el filme, para adentrarse en el complejo dolor psicótico de esta mujer, Franco ha estudiado esa multitud de pequeños gestos que confieren verdad a un personaje.
Su ritual de flagelos. Su irreprimible cleptomanía, obsesiva señal de agujeros afectivos, de desequilibrios personales. Su relación en ese mundo laboral al que se ancla como última balsa de salvación. Sus siempre frustradas relaciones sexuales, interrumpidas con rabia, concluidas con amargura. Sus confesiones en internet, quizá el más bello romance sin rostro del que puede disfrutar en esos momentos. Sus tensas relaciones con sus progenitores ya divorciados. Una madre derrotada y un padre bajo sospecha.
Se diría que en La herida apenas pasa nada, pero no hay un solo segundo que no signifique, ni un solo diálogo que no tilde con sentido lo que Fernando Franco está tratando de hacer. Un filme deudor de cineastas como los hermanos Dardenne, un solvente trabajo en el que el mayor reproche que se le puede hacer, es el de haberse metido voluntariamente en el pellejo de un personaje al que en la vida corriente no quisiéramos conocer.
Qué será, será….                                                   
Y con la proyección de La herida se abre el capítulo de las conjeturas, esa larga jornada de especular sobre lo que el jurado decidirá y de contraponerlo a lo que uno ya ha decidido. En esta edición, el jurado lo tiene fácil, haga lo que haga, salvo que se pongan de acuerdo en apoyar películas que no debieron estar en la sección oficial, tres o cuatro fáciles de deducir, una cosa parece obvia. No cometerá la tropelía de dejar sin premio a una gran película por la sencilla razón de que no la ha habido.
Cuando dentro del festival nos es dado disfrutar con algunas piezas importantes como las llamadas Perlas, la sensación siempre es la misma, ¿por qué nos llegan tarde? ¿Por qué el mejor cine que tenemos en Zinemaldia ya ha sido descubierto por otros festivales?
En esta edición junto a la ahora mismo citada, La herida, tan solo Club Sándwich, Caníbal y Quai d´Orsai parecen reunir los méritos suficientes para estar en el palmarés. Lo demás, adolece de una naturaleza de sucedáneo, transmiten una sensación de repetición, o son propuestas sin personalidad propia o abiertamente comerciales impropias de una cita como la que San Sebastián impone.
No ha sido un año brillante en la Sección Oficial. Lo tiene fácil para superarlo el próximo año.
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