Vuelo de brujas

Título original: TRANCE Dirección: Danny Boyle  Guión:  Joe  Ahearne y John Hodge Intérpretes:  James McAvoy, Vincent Cassel y Rosario Dawson Nacionalidad: Reino Unido. 2013 Duración:  113 minutos Estreno: JUNIO 2013

Es improbable que  Danny Boyle se haya molestado en investigar los pormenores que acompañaron a la pintura de Francisco de Goya titulada Vuelo de brujas.  Su presencia en este filme donde juega, o debía haber jugado, un alto papel alegórico, emana de los autores del guión y como es sabido, en los guiones no hay notas a pie de página ni explicaciones que ensanchen el significado de una elección. La cuestión es que Vuelo de brujas, una de las seis piezas en torno a la brujería que Goya pintó para la familia Osuna a finales del siglo XVIII, cuando la sordera ya era severa y el país se tornaba oscuro,  se convierte en el mcguffin decisivo de este filme que presume originalidad cuando no hace sino caminar torpemente tras las huellas del Christopher Nolan de Origen y Memento
Boyle, que se mueve en el registro impersonal de un Kubrick posmoderno -menos culto y menos riguroso-, ni siquiera consigue edificar a golpe de obsesión y perfeccionamiento el espejismo de un estilo propio. En cuanto a Vuelo de brujas, inspirado según Frank Irving Heckes por una escena del acto II de El dómine Lucas de José de Cañizares, el cuadro reposa en el Museo del Prado. Y su elección como pretexto para Trance resulta sin duda oportuna. En el filme el cuadro es objeto de un robo perfecto. Un atraco laberíntico en una subasta a cargo de tres personajes que ejecutan una danza de engaños y misterios. En el cuadro, tres personajes que levitan chupan la sangre de una víctima mientras en el suelo otras tres figuras, una que se tapa los oídos, otra que camina a ciegas y un burro esencia de la estulticia y la falta de entendimiento, cierran un círculo de connotaciones masónicas.   
Si cabía encontrar algún intersticio, algún recoveco que diera al filme algún posibilidad de alzar el vuelo, la incapacidad de Boyle cercena toda posibilidad. El buen reparto se echa a perder por culpa de un guión filmado sin sutileza, montado a mordiscos, deshilvanado y desprovisto de la más mínima emoción. Goya quería alentar contra los (d)efectos de la superstición y Goya le brinda a Boyle un espejo en el que mirar su método de trabajo. No basta con copiar, hay que saber por qué y qué se está imitando. Boyle, como los personajes del cuadro, se limita a devorar lo que otros han creado.

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