Palabras sobre ruedas

Título Original: ON THE ROAD Dirección: Walter Salles  Guión: José Rivera; basado en la novela de Jack Kerouac Intérpretes: Sam Riley, Garrett Hedlund, Kristen Stewart, Tom Sturridge, Viggo Mortensen, Kirsten Dunst, Alice Braga  y  Amy Adams   Nacionalidad: EE.UU. 2012  Duración:  124 minutos ESTRENO: Abril 2013
Símbolo de la generación beat y texto iniciático del movimiento hippie, Jack Kerouac y On the road son palabras mayores que Walter Salles encara con más devoción que acierto, con más fidelidad que precisión, con más cartón piedra que verdad esencial. El resultado apabulla por la verborrea, deja frío por la ausencia de emoción y acaba por diluirse en la nada ante la hueca superposición de personajes y actitudes que se perciben yermos, fosilizados. Un déjà vu sin aliento ni fantasía.
Walter Salles, el cineasta brasileño que se ganó su prestigio por una road movie sobrevalorada titulada Estación central de Brasil (1998) y que luego cosechó un razonable éxito por la desfallecida crónica de la juventud del Che en Diarios de motocicleta (2004), parecía “el cineasta apropiado” para filmar esta historia que tiene como coprotagonista la carretera. Una deducción aparentemente lógica que se rompe por la base: Salles evidencia lo que ya se sabía, es víctima de una incapacidad notable para sumergirse en la prolija prosa de Kerouac. En su descargo hay que asumir que el encargo estaba envenenado. On the road fue escrita bajo las maneras del monólogo interior, una bomba para el arte del cine que trabaja desde lo visible; desde afuera. Escrita en 1951 y publicada en 1957, no es casualidad que, pese a su éxito, el cine la haya evitado. Pero Coppola, que parece amarrado al delirio, no dudó a la hora de producir este filme al que Salles no sabe dotarle de credibilidad ni de rabia. Aquí hacia falta genialidad y en su ausencia se nos regala un esfuerzo descomunal, un reparto de lujo y unos personajes rebosantes de ecos solemnes: Kerouac, Ginsberg, Burroughs,… Lo que Salles construye conecta con el Bertolucci crepuscular, con el Henry & June (1990) de Philip Kaufman; con tanta adaptación correcta y esclerotizada, con ese cementerio de naufragios cinematográficos pergeñados a partir de obras maestras de la Literatura. Sin brillantez, queda el valor de su ilustración: la ruta 66, los coches del final de los 40, un jazz con sordina y el retrato de una generación malperdida. Dibujada con la energía de unos zombies y levantada sobre unos pies de barro en una charca estancada, solo en su instante final se percibe el abismo  de lo que sigue en poder de la novela.
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