Sensualidad congelada

Título Original: EL ARTISTA Y LA MODELO Dirección: Fernando Trueba Guion: Fernando Trueba y Jean-Claude Carrière Intérpretes:  Jean Rochefort, Aida Folch, Claudia Cardinale, Chus Lampreave, Götz Otto y Christian Sinniger   Nacionalidad:  España, 2012 Duración: 104 minutos ESTRENO: Octubre 2012


Trueba lleva doce años jugando al despiste. ¿Qué hilos invisibles tejen el estilo de un autor capaz de filmar películas tan dispares como Calle 54  (2000), El embrujo de Shanghai (2002), El milagro de Candeal (2004), El baile de la victoria (2009) y Chico y Rita (2010)? En todo caso, el común denominador sería una inclinación hacia lo inconcreto. Por otra parte, con mayor o menor evidencia, en esos títulos hay algo que decepciona. Un no saber/poder culminar lo que se propone. A veces falta pasión y/o sentido de la medida. A veces sobra autocomplacencia.

Sin embargo El artista y la modelo podía haber supuesto un renacer, un recuperar ese pulso que una vez lo llevó a parecer un cineasta poderoso en una cinematografía en la que autores como él preludiaban un despegar que nunca llegó a vuelo. En este filme, que narra el encuentro entre una joven española refugiada en la Francia invadida por los nazis y un veterano escultor francés ajeno a la tragedia que sacude a Europa, se insinúa un ensayo sobre el desnudo femenino y su capacidad para conmover. Las huellas de La bella mentirosa  dibujan un sendero que Trueba no se atreve a recorrer. Y al no hacerlo esa disección sobre la sensualidad, el erotismo y el arte no tiene lugar. Ese cruce entre un viejo artista resabiado y dominante y una joven mujer que muestra su cuerpo ¿ajena? a su capacidad de perturbar, ofrece algunos abismos que mostraban una hondura de fondos pantanosos. Entre la modelo y el artista había más combate y fuego que el que Trueba consigue. También había algunos secundarios de pliegues y sutilezas. Pero para describirlos en profundidad hacía falta algo más que esa actitud epidérmica de un Trueba que prefiere salpicar la tensión inexistente entre sus dos protagonistas con niños de cartón y una Lampreave convertida en caricatura de sí misma. Estas concesiones, impropias en un cineasta grande, evidencian los titubeos de un filme que finge un hálito lírico y una densidad artística malogradas. Trueba parece acariciar la vida, pero solo arrasca la frialdad de un cuerpo congelado. El perfil de su modelo, que por tiempo y espacio debería saber de la Olympia de Manet, parece habitar en el Renacimiento.Y eso, cuando menos, es un burdo anacronismo. 
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