Amor e inocencia en la China de Mao


Título Original: HAWTHORN TREE FOREVER / SHAN ZHA SHU ZHI LIAN Dirección:   Zhang Yimou Guión:  Yin Lichuan, Gu Xiaobai y A Mei; basado en la novela de Ai Mi  Intérpretes: Zhou Dongyu, Shawn Dou, Xi Meijuan, Li Xuejian y Cheng Taishen Nacionalidad:  China. 2010   Duración: 121 minutos ESTRENO: Septiembre 2012

Como todos los grandes autores contemporáneos que son  conscientes de la tiranía que ejerce su universo, ese territorio de creación en el que se cultiva el estilo, Zhang Yimou ha tratado de sortear la sombra que impone su ADN acudiendo al disfraz del género. Los buenos conocedores de su cine podrán relatar cómo Yimou ha revestido sus relatos con la ayuda de la comedia, el noir, el cine histórico, el melodrama, el peplum chino y el absurdo chaplinesco…, da igual. En el cine de este artista acontece como en el de Woody Allen, David Fincher, Christopher Nolan y David Lynch por citar cuatro reputados creadores norteamericanos. Por mucho que se disfracen, les sale el lobo que habita dentro.
El verdadero lobo que aguarda a Yimou en su interior se encuentra en los reflejos de cualquiera de sus protagonistas femeninas. Yimou posee la tozudez de Qiu Yu, el empecinamiento de la maestra de Ni uno menos, la inquebrantable fe de la heroína de La joya de Shanghai y la férrea voluntad de la esposa y madre de Vivir! Y probablemente seaVivir! la obra con la que Amor bajo el espino blanco mejor dialoga. De hecho, con ella se cierra una brecha, una sutura abierta por el aparato de poder político chino; uno de esos grandes y procelosos abusos de la manipulación de los que nadie quiere dar cuenta. A Yimou, el aparato del comunismo capitalista chino le puso una mordaza en los años 90. Se le prohibió reflejar en su cine el pasado reciente del hacer de Mao. Hubo un momento en el que incluso su libertad peligró. Fue entonces cuando Yimou empezó a comportarse como un náufrago. Escribía guiones de cinco en cinco con la confianza de que alguno de ellos pudiera sortear los rigores del censor. Reconvirtió su caligrafía, siempre comprometida con un álito poético, en pura coreografía epopéyica. Tanto y tan alto dominio alcanzó del movimiento, que los mismos que sospechaban de su revisionismo le encomendaron montar el circo olímpico.
Daba igual, Yimou, el heredero oriental del romanticismo de Ophüls, levanta sus historias en un ejemplar equilibrio entre el fondo y el primer plano. Adelante coloca historias de amor, puro estallido emocional con la fe de Frank Capra y el pulso de David Lean. Al fondo, los tambores amenazantes de una sociedad en la que se cercenan las libertades y en donde el poder político devora a los individuos.
En Amor bajo el espino blanco, Yimou organiza todo bajo la luz de un delicado equilibrio. Hitchcock ilustraba muy bien la diferencia entre la sorpresa y el suspense. Yimou aplica esto último para un filme altamente sentimental protagonizado por dos jóvenes cuya densidad psicológica no ofrece dobleces. No hay complejidad alguna en su interior. Se quieren y se rondan con la ingenuidad de lo primigenio. Yimou filma la inmaculada pureza de un comportamiento lleno de inocencia. Con la ayuda de una banda sonora de belleza innegable, Yimou masajea y retuerce el lacrimal de los espectadores. El suspense adquiere la forma de una amenaza de muerte latente. Su relato se complace en oscilar entre la alegría desbordante y el dolor absoluto. Y entre esas dos orillas, en el núcleo duro de su filme de amor, se mueve subterránea y terrible una radiografía demoledora sobre los efectos del poder. No le tiembla el pulso al autor de Sorgo Rojo para ajustar cuentas con las barbaridades del pasado. Un pasado que se proyecta en el presente de ese monumento arbóreo que da título al filme y del que se nos cuenta es símbolo de los héroes chinos. Tótem y emblema de una China cuyo presente anega el pasado pero cuyo futuro se impone como un misterioso enigma al que Yimou pone en evidencia.
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