Sacrificio y penitencia 
Título Original: SUEÑO Y SILENCIO Dirección:  Jaime Rosales Guión:  Jaime Rosales y Enric Rufas  Intérpretes: Yolanda Galocha, Oriol Roselló, Jaume Terradas, Laura Latorre, Alba Ros Montet y Celia Correas  Nacionalidad: España y Francia. 2012   Duración: 112 minutos ESTRENO: Junio 2012
A lo largo de los 112 minutos en los que se extiende el blanco y negro de Sueño y silencio, en medio de un fluir solemne, autocontemplativo y en muchos pasajes ensimismado, se produce al menos media docena de chasquidos que provocan algo parecido a un desgarro. En esa media docena de instantes eléctricos no se contabilizan, porque no vienen a cuento, los dos relámpagos de color. Uno, en su fase final, en donde caprichosamente, ¿ó no?, el abuelo paterno de esta familia resquebrajada parece pertenecer a otra película. La otra, la segunda irrupción del color, corresponde a la epifánica y ornamental presencia de Miquel Barceló, el artista mallorquín que parece haberse convertido en el santo y seña del cine español cuando éste aspira a la transcendencia. Él, Barceló, inaugura la película, exactamente lo que él dibuja, al comienzo en blanco y negro; y él la clausura, al final, en un color que se deshace como si lo propio de las huellas de los hombres fuera el desmoronamiento de la vida.  
En unas declaraciones con motivo de su presencia en Cannes, Rosales arrojó algunas pistas que ayudan a entender sus intenciones. Cuenta Jaime Rosales que en el origen del relato había dos referencias bíblicas: el sacrificio de Jacob y el ascenso al Gólgota. Ofrenda de sangre y calvario, sacrificio y penitencia son pues los impulsos iniciales de un filme que, en esencia, narra la muerte de un hijo. Un suceso que en manos de Nanni Moretti daba lugar a la que fue su más intensa y probablemente mejor película, La habitación del hijo, (2001).  Aquí, Rosales también se aventura en el vértigo del vacío y con él, en el corazón de la pérdida, pero lo hace parapetado en la misma gélida distancia con la que recreaba un día cotidiano en la vida de un miembro de ETA en la controvertida Tiro en la cabeza (2008).
Salvo por el tema fundamental del argumento, la muerte de un hijo/a, nada más tienen en común ambos filmes. En todo caso, se diría que Rosales se aproxima más al Moretti de su última película, en donde sus personajes pierden subjetividad para convertirse en referentes lejanos de una sensación de extrañamiento y angustia.
Parece que Rosales, que en sus dos primeras películas: Las horas del día (2003) y La soledad (2007), mostró un sólido equilibrio y, lo que resultaba más interesante, algo parecido a una mirada personal, se aventura en una deriva estrábica en la que cada vez se perciben más modelos ajenos y menos ideas propias. En Sueño y silencio resuenan las mismas voces fantasmáticas que se escuchan en el Apichatpong Weerasethakul de Tropical Malady (2004) y  Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives (2010) y los mismos desbrujulamientos que agitan el cine de Narcís Serra.
Como se ve, no son referencias convencionales y ese deseo de despegarse por completo de cualquier cosa que evoque lo canónico, se convierte en el listón que para bien y para mal cerca los logros y fracasos de Sueño y silencio.
En los logros, esos estallidos formales que sacuden al espectador atento y entregado a su lectura. En el debe, la incapacidad de emocionar a fuerza de alentar la ruptura formal con un hilo discursivo. Sin emoción en primer plano se introduce en el relato la sospecha de la gratuidad. Gratuita es esa breve secuencia en color del abuelo y gratuitas son algunas de las situaciones que si por un lado se empecinan en huir de la fotogenia y el encuadre ortodoxo, en otros, se recrea en estampas de obvia belleza. No obstante, lejos de asumir la veneración que algunos le profesan y lejos del rechazo y el desdén con el que otros la tratan, cabría asentir que Sueño y silencio es una obra fallida con destellos fascinantes.
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