Érase una vez en Francia
Título Original: LES LYONNAIS Dirección:  Olivier Marchal  Guión:  Olivier Marchal y Edgar Marie, según la biografía de Edmond Vidal  Intérpretes: Gérard Lanvin, Tchéky Karyo, Daniel Duval, Dimitri Storoge y  Patrick Catalifo  Nacionalidad: Francia. 2011   Duración: 104 minutos ESTRENO: Mayo 2012

Por un puñado de cerezas tituló Edmond Vidal, personaje que inspira el argumento de Les  Lyonnais, su autobiografía.  Aunque en el filme de Olivier Marchal no se hace ninguna referencia expresa a ello, parece razonable pensar que el Vidal real se inspiró en la película de Sergio Leone, cuya épica alentaba en los años 60 los sueños de los adolescentes de barrio al tiempo que perturbaba las teorías cinematográficas de los eruditos y la crítica. Ahora bien, que Marchal no use la cita expresa no significa que su película no esté en deuda con el cine de Leone, especialmente en lo que se refiere a la manera de retratar los primeros planos de sus protagonistas, mayoritariamente masculinos y sempiternamente atrapados por la violencia.
De hecho hay dos orillas que marcan el cauce de Les Lyonnais, una la ejerce Coppola con su(s) Padrino(s); la otra vuelve a ser de Leone, pero el de Érase una vez en América. Entre esos dos límites que contienen las claves genéricas del thriller de mafias, se transfiguran las formas de la contemporaneidad que acotan la naturaleza del cine de Marchal. Un cine, eso sí, más cercano al hacer del Olivier Assayas de Carlos que al cine de los 70. De ahí que Marchal funda los tiempos en abundantes saltos hacia el pasado sabedor de que el espectador que lo observa no es el de los años 60. Probablemente es un espectador en crisis, pero más sabio y más viejo, porque por el cine, el tiempo también pasa.
La cuestión es que Marchal utiliza la autobiografía de este delincuente perteneciente como el Lute al pueblo gitano, para trazar un ensayo demoledor sobre la fe. Lo que en el filme está en juego es la palabra.
El poder de la amistad, el deber de la lealtad y el fantasma de la traición ejercen como motor de tres tiempos en un contexto en el que los robos, el código del hampa y la llamada de la sangre establecen un contrapeso de sujeción.  Vidal, su protagonista, como todos aquellos que rompen las reglas del sistema legal, cambia la fe en el estado de derecho por la exaltación de la familia-banda. Marchal lo subraya con su secuencia de apertura tras dos flashes que sirven para indicarnos que lo que vamos a presenciar no seguirá una línea cronológica.
El primero arranca en el presente, el segundo, con el tema Black Night de Deep Purple, nos ubica en plena eclosión de la violencia setentera. Luego viene el relato y éste se sitúa en medio de un ritual familiar. Allí, Vidal se comporta como un patriarca. Le rodea su gente, su familia. Y allí arribará el pasado para reclamar cuentas pendientes y exigir que escoja entre una vida confortable y rehabilitada o volver a delinquir para rescatar el ¿pasado?, el honor y la palabra. Leone otra vez en marcha para un filme que se beneficia de una interpretación convincente, gracias a un reparto soberbio y a una dirección de actores que coordina un grupo humano bien orquestado al servicio de una  notable partitura.
Lo menos interesante del filme reside en cuestionarse si lo que la autobiografía de Vidal desvela se ajusta a la verdad. No es la verdad lo que aquí se expone sino la descripción de un espacio simbólico que adquiere los tintes oscuros de las grandes tragedias. Marchal, como Coppola, Scorsese, Melville y Leone, llega a Shakespeare cuando verbaliza la encrucijada humana de la toma de decisiones que ponen en juego la vida. Y lo hace con un filme ejemplar que se autosostiene. Al mismo tiempo realiza una inteligente digestión de la propia historia, la social y la política, que recorre su argumento; la cinematográfica a la que debe sus referentes; y la del género noir al que sin romper sus precedentes canónicos,  le da un barniz de evidente puesta al día.
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