De los Dardenne a Hollywood
Título Original: EU CAND VREAU SA FLUIER, FLUIER Dirección: Florin Serban Guión: Catalin Mitulescu y Florian Serban; basado en la obra de teatro de Andreea Valean Intérpretes: George Pistereanu, Ada Condeescu, Mihai Constantin y Clara Voda Nacionalidad: Rumanía, Suecia y Alemania. Año: 2010  Duración:  94 minutos ESTRENO: Abril 2012
Casi inédito durante toda su historia, el cine rumano comenzó a despertar cuando el polvo del tiempo cubrió la pesadilla de Ceaucescu. Todo empezó en el decisivo año de 1989. A aquella larga dictadura en la que apenas sobresalieron nombres como Lucian Pintilie y Dan Pita, le sobrevino una oleada pletórica de directores dispuestos a hacer cuentas con el pasado. Entre ellos Cristi Puiu, Cristian Mungiu, Catalin Mitulescu, Ana Vlad, Adi Voicu, Corneliu Porumboiu, Cristian Nemescu y Radu Jude empezaron a escribir páginas brillantes, mazazos fílmicos en donde la tragedia y el dolor reinaban; pero donde también había lugar y espacio para la ironía, la esperanza e incluso el humor. Naturalmente el cine rumano, para la mayoría, sigue siendo una rareza. No así para el mundo de los festivales en donde Rumania copa premios y presencias, esas de las que el cine español ni huele, ni olvida.
Si quiero silbar, silbo pertenece a ese tiempo, a ese modelo. Significa la carta de presentación de un joven director, Florin Serban, que evidencia haber visto el cine de los hermanos Dardenne y saber del modelo de cine acuñado por Cannes. Su contenido gira en torno a un correccional. En él, un joven recluso espera impaciente que se cumplan los últimos días de su condena. Le espera la libertad. Así que durante su primera hora, Serban ilustra con la cámara pegada a la nuca de su protagonista, esa mezcla de esperanza por lo que le aguarda y angustia por lo que le amenaza. La gota que colma su descalabro adquiere la forma de una madre percibida como paradigma de los peores defectos sociales de Rumania: pobreza y prostitución. Así que durante esos minutos, Serban dibuja la complejidad del personaje, rehace, con fisuras, su corta biografía y le aporta aliento y solidez. En esos instantes, el filme se sabe convincente. No derrocha originalidad, pero ofrece coherencia. Ahora, la necesidad de convocar un impacto emocional, fuerza el relato hacia un tremendismo especular y espectacular que deshace como arena lo que parecía hecho de hormigón. ¿Metonimia de una cinematografía o simple constatación de que Serban no es Mungiu y no está llamado a conmover al mundo? Sea lo que fuere, nos queda un interesante filme que arranca bien aunque, al final, desfallezca.
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