La ayuda de la amistad
Título Original: WAR HORSE Dirección: Steven Spielberg Guión: Lee Hall y Richard Curtis; basado en la novela de Michael Morpurgo Intérpretes: Jeremy Irvine, David Thewlis, Emily Watson, Toby Kebbell, David Kross y Peter Mullan Nacionalidad: EE.UU. y Reino Unido. 2011 Duración: 148 minutos ESTRENO: Febrero 2012

War Horse ponía en manos de Steven Spielberg tal vez la mejor de sus historias. Durante algunos minutos, en sus planos más inspirados, en sus intersticios menos edulcorados, War Horse parece un filme grande, colosal, solemne y metafórico. En los peores momentos, la dirección de Spielberg no supera el nivel de esos directores mediocres empeñados en conmover a los espectadores a golpe de empalagosos violines, rostros tensos y suspiros ñoños.
Circula en los escenarios teatrales de prestigio una versión de esta obra que obtiene de unas marionetas con aspecto de caballo futurista, un milagro de verosimilitud. Spielberg, con la ayuda de una hermosa cuadra de caballos de carne y hueso, convierte a sus actores en muñecos, puro artificio sensiblero y facilón. A estas alturas Spielberg debería saber que la auténtica emoción no sabe del dinero, sino del talento. De modo que War Horse supone un peldaño más en el desmoronamiento de un cineasta que una vez pareció bueno y que ahora sólo es rico.
Con un similar punto de partida, la crónica de la necedad humana (entre)vista a través del periplo de un equino, Bresson levantó un filme sobrecogedor que provoca escalofríos con solo recordarlo: Al azar, Baltasar. Allí, Bresson utilizó un humilde asno. Aquí, Spielberg, un pura sangre y medio millar de los mejores ejemplares de la caballería británica. Bresson apenas hizo ruido. La estridencia de War Horse se sirve de toda la artillería de la Gran Guerra mundial. En el filme de Bresson sólo moría su protagonista, en el filme de Spielberg, los muertos anegan los campos. Y es que Spielberg malogra una tras otra las historias que componen el periplo de su caballo.
Sería injusto no rescatar media docena de momentos incontestables en los que se percibe el nervio del hombre que filmó Tiburón. Pero esos golpes de inquietud apenas aportan densidad dramática a personajes desconcertantes, arquetípicos y poco o mal diseñados. ¿Los peores?; los que interpretan el episodio del abuelo francés y su nieta zarandeados por la brutalidad alemana en lo que parece un pálido calco del Malditos bastardos. ¿Se ha hecho Spielberg posmoderno? No, sólo se ha vuelto en un pseudoclásico miope que confunde lo canónico con lo trasnochado.
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