La fuerza de la convicción y el poder de la interpretaciónTítulo Original: LA VOZ DORMIDA Dirección: Benito Zambrano Intérpretes: Inma Cuesta, Marc Clotet, María León, Ana Wagener, Daniel Holguín, Susi Sánchez, Lola Casamayor, Berta Ojea y Ángela Cremonte Nacionalidad: España. 2011 Duración: 128 minutos ESTRENO: Octubre 2011

En Solas, un impacto emocional que significó la puesta de largo de Benito Zambrano, había multitud de pequeños detalles, gestos apenas perceptibles que delataban una evidencia. La de que Zambrano hablaba desde el conocimiento de lo real. Sus escenarios, sus gestos leves y sus dramas inmensos bebían de un sentido de la observación riguroso. En algún modo, Zambrano se conducía como el Zhang Yimou de las crónicas rurales. No el de las grandes épicas coreografíadas a cámara lenta y encaje imposible, sino como el heraldo del final de un tiempo cuya voz vibra con una peculiaridad capaz de ablandar el lacrimal y romper la entereza. Hablamos de un cine volcánico y arrebatado, rudo y frágil que habita en obras como Camino a casa.
En un cine español que practica en los últimos años un tipo de discurso solidario y pedagógico, entendido esto como una suerte de caridad cinematográfica, Zambrano no se anda con sutilezas ni equilibrios. Si además, como es el caso de La voz dormida, se parte de un texto cortante y afilado como el que Dulce Chacón aplicó en su recorrido por los estertores de la guerra civil española, el resultado sabe a dolor extremo, a grito roto, a quejío que no teme desafinar si a cambio retuerce las entrañas. Si en Solas, la humedad ambiental se disparaba en los últimos minutos, en La voz dormida, desde su arranque provoca charcos.
Lo que La voz dormidaescenifica”-estamos ante el viejo arte de la representación ficcionada con una factura ruda que Zambrano hace digerible a golpe de convicción-, se debe a una de las páginas más oscuras de nuestra Historia. A la de las ejecuciones masivas que sucedieron al final de la contienda (in)civil. Para narrar lo que la prosa de Chacón había relatado, Zambrano se pertrecha en una escritura de luz desprovista de ambiciones formales. No es tiempo, no en el cine de un director forjado en la escuela cubana e identificado con lo que cuenta, de retruécano, de elipsis ni de deconstrucción. Si en Tierra y libertad el veterano ex-trotskista, Ken Loach, diseccionaba las razones de la traición de la propia izquierda comunista; en La voz dormida, lo que preside argumentalmente el relato son las últimas brasas de la resistencia y la hora de la venganza, el reino del desquite y la represión. Zambrano sabe que la rudeza de su estilo, al servicio de ese sentido de denuncia sin sordina ni matiz, sólo puede ser redimido por la valía de los intérpretes. Y aquí, como en Solas, las actrices salen en su ayuda al frente de un reparto equilibrado al servicio de un retrato coral. Se trata de una pequeña orquesta de cámara en la que brilla una solista que roza el estado de gracia. María León. El hacer de María León encandiló al jurado del Zinemaldia de 2011, que le premió en la que fue la decisión más aplaudida de todas. En ella y por ella, La voz dormida alcanza, a golpe de densidad dramática, a fundir el alivio con la tragedia; y el dolor con la esperanza.
Lo demás es lo evidente. Para Zambrano, y para Dulce Chacón, los cancerberos de las prisiones de Franco, los curas y monjas que llevaban al cadalso a los condenados a muerte, los matarifes acusadores y los jueces sin juicio no tienen perdón, ni justificación, ni merecen comprensión. Son los malos de la Historia y los villanos de su película. Sin paños calientes, su lección fílmica no atiende a correcciones, ni sutilezas. El desgarro, cuando se produce, es absoluto. La bondad, cuando llega, extrema. No busca el aplauso crítico ni la bendición de la Academia. Es un relato que sale a borbotones, que homenajea a los muertos y que maldice a sus torturadores. A veces parece un folletín televisivo; otras, en cambio, abraza lo inapelable y roza la conmoción.
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