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Asier Altuna y su “Bertsolari” dan una hermosa lección de cine documental
…………………………………………………………………………………………………Fuera de concurso, con la humildad con la que el cine documental se enfrenta a eventos como el Zinemaldia, Asier Altuna demostró algo archisabido: no hay géneros ni formas menores en la expresión audiovisual. Todo se reduce a una alquimia justa de talento, forma, equilibrio y adecuación.
Con Bertsolari acontece lo contrario que con La pelota vasca de Julio Medem. Más allá de valoraciones personales en torno a la propuesta de Medem, de aquel controvertido filme que hablaba de la violencia y de Euskalherria, se salía con una angustiosa sensación de impotencia, una pena profunda que pellizcaba las entrañas. En aquella encuesta en la que muchos hablaban y casi nadie entendía se transmitía la condena de percibir que ese partido interminable de la piel contra la piedra nunca iba a acabar. Con Bertsolari acontece algo muy diferente. Si La pelota vasca se vestía de crepúsculo y luto, Bertsolari rebosa luz y generosidad.
El planteamiento de Asier Altuna, un excelente cortometrajista capaz de dibujar metáforas definitivas sobre nuestra realidad, al abordar el mundo del bertsolarismo se ha movido en una franja muy estrecha a la que acechan escollos inevitables. El mayor era el de saber y poder de transmitir a quienes no hablan euskera, la belleza de una manera de vivir la lengua y la comunidad en poesía. Lejos de tonos didácticos y pese al riesgo de ser abducido por ensimismamientos líricos, Altuna se apoya en el material humano y en la materia de la que se habla.
Una combinación feliz que encuentra en sus invitados unas personalidades, que no unos personajes, que rezuman autenticidad. Altuna se toma su tiempo, acude al terreno de los hechos, al último campeonato celebrado en el año 2009, y los contrapone con el testimonio de sus protagonistas. Al mismo tiempo mantiene un cierto suspense sobre quién será el próximo txapeldun que sólo funciona entre aquellos ajenos al mundo de los bertsolaris. Con todo ello conjuga la realidad con algunas incursiones en la ficción que, pese a su extraordinaria dificultad de inserción, encajan como versos dichos con música que proviene de lo más profundo de la naturaleza.
Altuna en Bertsolari acude a cuantos elementos ha encontrado a su paso. Del video-clip al universo de Jorge Oteiza. Todos y todo le sirven para mostrar los mecanismos, la naturaleza y el estado de la cuestión de una práctica de origen lejano y de sólido presente. Cierto es que Oteiza probablemente no hubiera aprobado cierta querencia al “colorintxo” al decir de un artista que lo conoció bien, Félix Ortega, uno de los artistas vascos que mejor ha sabido avanzar desde el rigor de su obra. Cuando Oteiza escribió en el Quosque Tandem sus impresiones sobre el arte del desandar, del ir hacia atrás para rozar la verdad poética del alma vasca, eran tiempos monocromos, de blanco y negro, con necesidad de vaciar.
Algo ha cambiado por suerte desde entonces. Por eso Bertsolari rompe ventanas para el color y hace de su retrato del euskera una sensible e inteligente contribución a la cultura vasca.
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