De madres e hijas enamoradas del mismo hombre-objeto Título Original: DE VRAIS MENSONGES Dirección: Pierre Salvadori Guion: Benoît Graffin y Pierre Salvadori Intérpretes: Audrey Tautou, Nathalie Baye, Sami Bouajila, Stéphanie Lagarde, Judith Chemla y Cécile Boland Nacionalidad: Francia. 2010 Duración: 105 minutos ESTRENO: Abril 2011

En el ojo de la tormenta de esta comedia de enredo, se enfrentan dos mujeres: madre e hija. Son contendientes, sin saberlo, en litigio por el mismo hombre; un príncipe azul de mucha cultura y suaves modales que, pese a hablar cinco idiomas, se gana la vida como una especie de Pepe Gotera y Otilio. Parecería un mal chiste de no ser porque Pierre Salvadori, guionista y director, se las ingenia para, pese a arrastrarse por lo evidente, a fuerza de quiebros y requiebros, aportar alguna frescura en lo que no es sino puro y duro costumbrismo contemporáneo de peluquería y rímel. Salvadori abre su filme con una declaración de amor. Con algo tan anacrónico como una carta de un enamorado arrebatado que desea en silencio, anhela sin esperanza y sufre al viejo estilo de los clásicos. Nada nuevo desde nuestro Lope de Vega y su vecino Cyrano de Bergerac, aunque bastante peor. El equívoco es la madre del enredo y el enredo, el carburante del ingenio. De ese modo, con argumentos clásicos y vestuario moderno, avanza un filme que explora ¿o explota? un universo femenino.

Siguiendo con lo femenino, habrá quien perciba cierto ramalazo almodovariano en ese salón de belleza donde reina la ya no tan joven Audrey Tautou en medio de situaciones sin cohesión ni corrección. Por ejemplo, ver cómo el personaje de Bouajila esconde sus libros para no incomodar a su amada no tiene defensa ni justificación. Hacia el último tercio del filme, cuando el engrudo comienza a mostrar las grietas de su truco, Salvadori recurre a una suerte de sombras chinescas para que una de las dos antagonistas sea testigo de la impostura de la otra para poder salir así de su engaño. En ese lienzo blanco, pura pantalla de cine primitivo, dos personajes verbalizan el error sobre el que se sostiene todo el entramado argumental. Así, de esa mentira (agri)dulce surgirá una venganza sin sangre. Buen final para dar sentido a la necesidad de happy end inherente en este tipo de productos. Salvadori y su cine, del que este filme es un buen ejemplo, es plano, arquetípico, previsible, burbujeante, banal y tontorrón. El mayor atractivo para quien se desenganche del escaso argumento, reside en evaluar la diferente naturaleza interpretativa de Tautou y Baye. Una es la chica que nunca puede dejar de ser Amélie. La otra encarna a la mujer madura que cada día está más dispuesta a reivindicar una sensualidad al puro estilo afrancesado de Sexo en Nueva York. Mientras Tautou (a)parece descolocada, Baye disfruta con un personaje que encarna la desorientación de una divorciada cuyo marido ha incurrido en la tópica y patética historia de siempre, dejar embarazada a su joven novia de la que nada más se nos dice. Y nada más nutre un guión que usa y abusa de un ir y venir en torno a una mentira retratada a veces con desarmante desprecio por cualquier servidumbre a la lógica causa-efecto. Lo que le importa a Salvadori es elaborar un preclaro y poco prístino canto al goce y al roce, al placer en medio de un paisaje en el que los hombres apenas tienen (pr)esencia, salvo la del citado mirlo blanco, Sami Bouajila, visto en obras como Days of Glory (2006) de Bouchareb, y The Witnesses (2007) de Téchiné. Aquí Bouajila se apunta al modelo hombre-objeto, imán de madres desocupadas y oasis de jóvenes a las que se les pasa el tiempo sin saber cómo desinhibirse. Ese tono menor de filme amable, con rollo comprensivo y moraleja vital limita y por lo tanto avala lo mejor y lo peor de una película de esas que pertenecen al subgénero de amor y lujo. Cine al que acude mucho público y del que se puede hablar muy poco.
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