Sueños, memoria y remordimientos

Título Original: INCEPTION Dirección y guión: Christopher Nolan Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Ken Watanabe, Joseph Gordon-Levitt, Marion Cotillard, Ellen Page, Cillian Murphy y Michael Caine Nacionalidad: Reino Unido y USA. 2010 Duración: 150 minutos ESTRENO: Agosto 2010
Relata Christopher Nolan que la idea primigenia de Origen surgió hace más de diez años. También reconoce que lo último en resolver, y lo que finalmente sostiene su arquitectura, fue la historia de (des)amor que atraviesa y amenaza todo su relato. Expuesto de otro modo. Nolan se sabe seguro con la semilla germinal de su guión, o sea con el origen de Origen. Allí, en el artificio de ese juego de muñecas rusas, de sueños dentro de sueños; allí donde la embriaguez que provoca el desafío óptico de Maurits Cornelis Escher brilla deslumbrante, es donde cultiva Nolan sus mejores frutos. De ahí que, pese a la aparente complejidad de Origen, todo en ella funcione como un reloj de precisión. Todo en Origen está sincronizado, razonado, aclarado. ¿Todo? No exactamente. Con Nolan, bajo el artificio de la traca, late la preocupación por los afectos humanos, por sus culpas y por sus hechos y desechos.

El rehabilitador de Batman, el cineasta que impresionó con un monumento al olvido llamado Memento y mostró su querencia por el mundo del misterio y del ilusionismo con El truco final, no utiliza pólvora mojada. Origen juega en una división superior a la de la mayoría del cine comercial. Ha sido construida para representar una época. Sabe que es celuloide de polémica, cine de culto y título de gustos y disgustos. Y lo sabe porque todo en él aspira a la desmesura, sabe del rigor y gusta del exceso.

Armado por el éxito de sus últimas realizaciones y apoyado por los medios necesarios, Nolan retorna a su reconocible universo narrativo bruñido de sueños, de memoria y de remordimientos. Digamos de entrada que Origen es lo que Avatar no se atrevió a ser: un filme para adultos que, sin perder de vista su naturaleza mainstream, confía en la inteligencia del público.

Ambos términos, inteligencia y público, definen los límites por los que circula el cine de Nolan. Más cerca de Hitchcock que de Tarkovski y más afín a Kubrick que a Marker, Nolan pretende seducir al espectador por la vía del espectáculo inteligente. Y eso, espectáculo, es lo que insufla sustento a Origen, esa es la sangre que mantiene en pie la historia de un espía de sueños cuya misión más compleja no será robar los secretos de la mente de su víctima sino tratar de manipular su voluntad con la implantación de una idea. ¿No es a eso a lo que se dedica la mayor parte de los políticos, la religión y la banca? Perfeccionista y racional, Nolan evidencia que ha leído mucho a quienes como Freud reflexionaron sobre los sueños. También a quienes como Houdini, Méliès y Welles desafiaron la debilidad del ojo y la credibilidad de la mente. Más allá de sus adornos retóricos, Origen se presenta como una versión cibernética de un 007 injertado en el equipo de Misión imposible, un pellizco a Ciudadano Kane y un renting del mundo del vídeojuego. Nolan se debe a su tiempo, porque no en vano a su tiempo representa. Y Origen, con sus distintos niveles de sueño, con un puñado de sugerentes paradojas y con algunos diálogos brillantes, conforma un barroco entramado en el que, de manera débil y excesivamente conformista, late una versión deconstruida de Días de vino y rosas. A Origen se le presuponen cientos de referentes. Y a Nolan no se sabe dónde ubicarlo. De Lang a Lynch, de Lem a Baudrillard. No hay que buscar lejos. Origen y Nolan recitan la misma lección que Aronofsky entonó en Réquiem por un sueño. Ese final al galope, esa suma hipnótica de desenlaces encadenados, cuatro niveles distintos para una redención anunciada, representa el solemne y repetido himno sobre la vieja herida a la libertad del hombre y su dudosa (in)capacidad para escoger su destino.
Please follow and like us:
Pin Share

Deja una respuesta