Locura, fanatismo y obsesión

Título Original: VINCERE Dirección: Marco Bellocchio Guión: Marco Bellocchio y Daniela Ceselli Intérpretes: Filippo Timi, Giovanna Mezzogiorno, Michela Cescon, Fausto Russo Alesib y Pier Giorgio Bellocchio Nacionalidad: Italia. 2009 Duración: 128 minutos ESTRENO: Julio 2010

Marco Bellocchio se queja del escaso interés que en Italia ha provocado Vincere. Entre el silencio y el aplauso cómplice hay una tierra de nadie que es donde cabe ubicar este filme irregular y extraordinario, parcheado y solemne, tremendo y acartonado. A Bellocchio le ocurre como a Oliveira, que su cine no parece de este tiempo aunque eso no signifique que no sea necesario ni que resulte, aún en sus momentos más destructurados, notable, singular y poderoso. Siendo todo eso carece de esa tensión crítica capaz de controlar la autocomplacencia. Con un símil deportivo, Bellocchio conserva el talento pero está desfondado.
Vincere amanece con el desafío de un joven Mussolini ante la mirada seducida de Ida Dalser. El joven Benito pone en duda la existencia de Dios y le conmina a matarlo. En ese tiempo, Mussolini todavía era socialista y la primera guerra mundial no se había declarado. El evidente silencio de Dios refuerza la soberbia de un Mussolini que años después sería escoltado en su arrebato por el Vaticano. Esta es una de las muchas ideas-denuncias que Vincere desgrana sin disimulo ni inocencia.
Concebida como un díptico: la primera parte con un Mussolini recreado, la segunda con su huella a través de los documentales de la época, Vincere ambiciona relatar la historia de la Italia fascista con el pretexto de mostrar el infierno de la amante del Duce. Lo anecdótico convive con lo metafórico. La metonimia con el panfleto. La radiografía del pasado con el guiño al presente. Y en ese ritual manierista, Bellocchio reivindica los excesos de Fellini, la beligerancia de Pasolini, el esteticismo de Olmi y el legado de su propio pasado. En consecuencia todo en Vincere rezuma incontinencia y exceso. A Bellocchio no le preocupa ni el racord, ni la verdad histórica, ni el calendario. Su objetivo es cultivar imágenes apocalípticas y exageradas. Por eso no duda en convertir a Ida en un trasunto de la Juana de Arco de Dreyer, ni en culminar su obra con la parodia que el hijo bastardo de Mussolini hace de su propio padre. Entre la estatua del dictador y la caricatura patética que de él hace su hijo, transcurre Vincere. Un camino que no busca arrojar luz sobre las causas del fascismo. Bellocchio prefiere mostrar el demencial esperpento de su promotor.
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