De mal, en peor

Título Original: MILLENNIUM 3 Dirección: Daniel Alfredson Guión: Jonas Frykberg y Ulf Ryberg; basado en la novela de Stieg Larsson Intérpretes: Michael Nyqvist, Noomi Rapace, Annika Hallin, Johan Kylén y Michalis Koutsogiannakis Nacionalidad: Suecia. 2009 Duración: 148 minutos ESTRENO: Marzo 2010

Se veía venir. A la muerte del autor, le sucede el saqueo. Cuando todavía resuenan los ecos sobre esa cuarta entrega inconclusa que se disputan la familia de sangre y la compañera de alcoba, las prisas con las que se hace cine del best seller de la década, Millennium, harían sospechar incluso al inspector Clouseau. El caso es que los millones de lectores que han devorado la obra del fallecido periodista Stieg Larsson, garantizaban el negocio. Se cuenta que Larsson creó a su joven y violenta protagonista con la mirada puesta en una especie de Pippi Calzaslargas resentida por los malos tratos paternos. Para su antagonista, le bastó con mirarse al espejo. Con ambos personajes, la fórmula era tan sencilla de aplicar como difícil de equilibrar. Dicho de otro modo, (re)hacía una serigrafía de Bacall-Bogart a lo sueco, con aires de Bergman y sombras del nazismo.
Con ecos reconocibles del universo oscuro de autores como Chandler , Hammett, Cain y/o Ellroy, la primera entrega de Millennium tuvo la habilidad de mostrar sentido común. Niels Arden Oplev dirigió con destreza, leyó bien las fuentes que alimentaron a Larsson e hizo en cine lo que el escritor había hecho en lo literario: enmascarar.
O sea disfrazar y encubrir una vieja historia con ropajes contemporáneos. La buena/mala suerte hizo que el filme de Arden Oplev, pese a ciertos reparos evidentes ante lo limitado del material de partida, triunfara en medio mundo. Entonces comenzaron las prisas. Había que acabar cuanto antes y la segunda y la tercera entrega se rodaron por el mismo director y al mismo tiempo. Deprisa, deprisa para ganar más y cuanto antes. El resultado, vergonzoso. Daniel Alfredson, muy lejos de la sutileza mostrada por su hermano mayor en Déjame entrar, ni siquiera se aplica con la solvencia profesional de su predecesor. Muy al contrario. Tan desdichado es su trabajo en la tercera entrega, mala era la segunda, esta es peor, que alcanza un inusitado interés como manual de dirección para jóvenes aspirantes. En este Palacio de las corrientes de aire se da un recital de lo que no hay que hacer jamás en el cine. Bastaría con evitar todas y cada una de las soluciones aplicadas por Alfredson aquí para no hacer el ridículo. Es, pues, un antimanual.
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