El médico (des)protegido Título Original: EL MAL AJENO Dirección: Oskar Santos Guión: Daniel Sánchez Arévalo Intérpretes: Eduardo Noriega, Belén Rueda, Angie Cepeda, Cristina Plazas, Clara Lago y Marcel Borrás Nacionalidad: España. 2009 Duración: 107 minutos ESTRENO: Marzo 2010

No le resultó nada fácil a Amenábar desterrar las sospechas de consanguinidad entre Los otros y El sexto sentido. Entonces, el autor de Ágora juró y perjuró que su historia había sido escrita antes, mucho antes de que se estrenase el filme de M. Night Shyamalan. No hay ni había datos para no creerle pero a la vista de El mal ajeno se impone la constatación de la existencia de una corriente subterránea que parece unir al autor de Tesis con el director de El protegido. Ambos nacieron al comienzo de los 70, ambos crecieron en paises en los que no habían nacido y ambos viven el cine como una obsesión y una ambición: aunar autoría y espectáculo desde un cierto extrañamiento.
En El mal ajeno, Amenábar es sólo productor, pero sin duda hay indicios para pensar que su compromiso con el filme del debutante Oskar Santos implica una querencia significativa. Como también hay pruebas de que el guionista Daniel Sánchez Arévalo se siente muy atado hacia el dibujo de personajes ariscos, de perfiles de óxido letal y colmillo retorcido. La huella de ambos resulta muy perceptible en este filme turbio, inquietante y confuso.
Ubicado en el terreno de juego de un hospital, su comienzo no puede ser más desolador. Un círculo de enfermos sin esperanza circundan a quien debe curarlos, pero sabe que no podrá. De nuevo estamos ante ese azul oscuro que tanto atrae a Sánchez Arévalo. Pero aquí emerge lo insólito, lo fantástico, el don prodigioso capaz de burlar al destino. O sea, lo maravilloso. La idea de fondo es sencilla; como le ocurre a Spiderman, el doctor que interpreta con austera disposición Eduardo Noriega, debe afrontar que su milagrosa capacidad para sanar conlleva una penosa maldición. Un problema que deriva en un debate ético entre el amor a lo cercano y el sacrificio por el prójimo. Es decir, hay aquí un camino complejo y un paisaje lleno de sutiles y resbaladizos pasillos. Pero entre lo turbio, lo inquietante y lo confuso, Oskar Santos se deja llevar en exceso por esto último. Demasiados datos, demasiados nudos, demasiadas casualidades/causalidades resquebrajan un filme al que le falta emoción y le sobra encaje de bolillos. Aunque esté sostenido por una factura solvente, heladoramente profesional, inexplicablemente incompleta.
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