Del arte de la guerra al cine espectáculoTítulo Original: CHI BI Dirección: John Woo Guión: John Woo, Khan Chan, Kuo Cheng y Sheng Heyu Intérpretes: Tony Leung, Takeshi Kaneshiro, Zhang Fengyi, Chang Chen, Zhao Wei y Hu Jun Nacionalidad: China. 2008 Duración: 144 minutos ESTRENO: Marzo 2010


¿De qué Acantilado rojo hablamos cuando comentamos la última película de John Woo? Ojo, esto no es una pregunta retórica. Muy al contrario. Con el advenimiento del soporte digital e inscrito en su naturaleza, nos aguardan, en cuanto espectadores, cambios sustanciales. Y uno de ellos consiste en la aparición de múltiples versiones. En unos casos, se trata de ligeros recortes; en otros, obedece a la necesidad de asumir nuevos remontajes que alteran el sentido e incluso modifican el desenlace. Sin llegar a eso, lo que acontece con esta obra épica que se estrena ahora con la mitad de su metraje robado en una operación comercial, resulta preocupante. No se trata de arquitectura de cosmética y colágeno sino de amputación radical que, paradójicamente sufre John Woo en el filme que significaba el retorno a sus raíces.
Hay reveses significativos. John Woo huyó de China, se refugió en Hong Kong, supo de la miseria e incluso el hambre y se hizo cineasta en el seno de una industria al servicio de la acrobacia marcial. Woo contribuyó a sublimar el cine de violencia lírica y trágico des(a)tino y Hollywood se lo llevó para amenazar su prestigio de gran maestro. Ahora se escuchan voces que reivindican buena parte del cine que Woo hizo para el amigo americano. La cuestión es que los tiempos cambian y aquel niño que huía del terror maoísta se encontró con el encargo de filmar El romance de los tres reinos, un clásico chino escrito por Luo Guanzhong (1330-1440) que crece sobre los convulsos y sangrientos años de la China del siglo III después de Cristo.
Con el aliento de Zhang Yimou en la nuca y con un presupuesto ¿multimillonario?, el diez por ciento de Avatar, Acantilado rojo es la más ambiciosa producción China de su historia. Un filme epopéyico, un esfuerzo olímpico para (de)mostrar que China ha cambiado. Si hemos de creer a Woo, las condiciones del rodaje fueron de total libertad. Si hemos de analizar su película, resulta evidente que, bajo el ropaje marcial del cine histórico, John WooA better tomorrow (1987), The killer (1989) o Una bala en la cabeza (1990) -, permanece fiel a sus señas de identidad.
El filme original, estrenado en dos partes en su país de origen, mezcla la fábula con la coreografía, la estrategia con la pasión, el juego maquiavélico y cruel del poder con el contrapunto sacrifical del relato romántico. En todo caso, Woo que siempre se sirve del antagonismo y de la rivalidad masculina, multiplica aquí esos juegos de amor-odio, esa danza de dependencia-necesidad que se debe más al concepto zen y al ying y el yang que al espíritu americano.El buen conocedor de Woo reconocerá su caligrafía, ese proceso dialéctico que funde e infunde en sus personajes una necesaria complementariedad. El espectáculo, apabulla, asombra y sorprende. Sus masas guerreras creadas en el terreno de lo real no recreadas en la pantalla de lo virtual, despiden pasión, solemnidad, exceso. Sus más de cuatro horas originales transcurren con la levedad de lo que se sabe articulado por un ritmo inteligente. En cambio su remontaje occidental, apresura y reduce, condensa y confunde. No es idéntico. Pese a ello, las secuencias más vibrantes exudan su poder fascinador y el filme se hace merecedor de ser visto. Woo retuerce el bello esteticismo de Yimou con las sombras oscuras del Kurosawa más amargo. Ahora bien, no deja de ser contradictorio que el filme con el que se pretendía mostrar que la vieja China autoritaria comienza a cambiar, sea objeto de una mutilación no en nombre de ninguna bandera sino en pos de garantizar el beneficio de quien entiende el cine como arma del ocio y el negocio.
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