Odisea fraternal en el tiempo del lobo

Título Original: THE ROAD Dirección: John Hillcoat Guión: Joe Penhall; basado en la novela de Cormac McCarthy Intérpretes: Viggo Mortensen, Kodi Smit-McPhee, Robert Duvall, Guy Pearce y Charlize Theron Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 113 minutos. ESTRENO: Febrero 2010

Seis años antes de (a)bordar La cinta blanca, Michael Haneke rodó una oscura y enigmática película titulada El tiempo del lobo. Así como ahora ha obligado a utilizar copias de celuloide en blanco y negro, material ya maldito que, conforme vive y respira, se deshace en polvo mientras al otro lado la luz del filme inunda la sala de estremecimiento; en aquella ocasión, Haneke colocaba al espectador frente a una penumbra que languidecía hacia su total disolución. Muchos, en su estreno en Cannes, pese a la presencia de Isabelle Huppert, Béatrice Dalle y Patrice Chéreau, se salían de los pases, incomodados porque la pantalla se apagaba al mismo tiempo que la historia iba agonizando. En The road, la situación de partida es muy parecida; pero en su recta final, tras convocar el holocausto, opta por hacer un quiebro inquietante que desconcierta hasta el extrañamiento.
Desde el punto de vista de la estrategia comercial el filme tiene dos puntos de apoyo. Uno, el que nace sobre un guión inspirado por la obra de Cormac McCarthy, un novelista en plena celebridad gracias a la película de los hermanos Coen, No es país para viejos. El otro, el que supone un actor que ha dado lo mejor de sí mismo bajo la dirección de un cineasta inclasificable llamado David Cronenberg, muy versado en diseccionar la descomposición de lo vivo.
De la suma de la prosa de un escritor competente para convocar la desesperación y de la mano de un actor que ha sacado del malditismo al cineasta de la Nueva Carne, surge un filme decepcionante que, como sus personajes, deambula hacia ningún lado. La desorientación de su director, John Hillcoat, se hace evidente toda vez que deja en manos de Javier Aguirresarobe la responsabilidad de levantar la atmósfera opresiva descrita en la obra de McCarthy, pero sin nutrientes para darle sentido. Sin esa capacidad de mostrar lo invisible ese periplo apocalíptico de miedos y canibalismo, de odio y esperanza, se queda en la mera ilustración de un pretexto muchas veces usado por el cine de ciencia ficción.
Por ejemplo, hace unos meses y sin gran pretensión, los hermanos Pastor, bajo pabellón estadounidense confeccionaban un filme de carretera y terror llamado Infectados. Y en tiempo más reciente, Bienvenidos a Zombieland se servía del mismo pretexto. Esa recreación del final de la especie humana teje, en manos de los hermanos Pastor, un solvente ejercicio de género y en el caso de los muertos vivientes de Ruben Fleischer, una hilarante caricatura del universo de George Romero. Sin ser cine grande, ambas conciliaban con solvencia logros con ambiciones. Nadie resultaba engañado.
The road en cambio promete lo que no sabe dar y se ahoga en el rigor de una propuesta que exigía una dimensión de demiurgo inalcanzable para Hillcoat. Sin un autor con voz propia, la película desaprovecha los grandes recursos que habitaban entre sus pliegues. De modo que con algunos fogonazos que se apagan sin posibilidad de continuidad, paso a paso The road desfallece por momentos. Todo se disuelve en la niebla y el humo. De poco valen esos brillos de ansiedad, agorafobia y odio que evocan al mejor Shyamalan de El accidente. Ni tampoco evita el naufragio el intento de recuperar la frescura del cine fantástico de los 70 acudiendo incluso a la herencia de autores como el citado Haneke o el Bergman más fantástico. Tan buen combustible se derrama sin fuego. Y sin llamas que devoren la terrible fábula que la novela de McCarthy deposita en su seno, todo se reduce a un desangelado éxodo de un Viggo Mortensen maniatado por un niño con el que no intercambia ni magia ni emoción.
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