Más dimensiones, menos realismo Dirección: Patrick Lussier Guión: Todd Farmer y Zane Smith; basado en un guión de John Beaird; sobre un argumento de Stephen Miller Intérpretes: Jensen Ackles, Jaime King, Kerr Smith, Kevin Tighe, Edi Gathegi, Tom Atkins y Betsy Rue Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 101 minutos ESTRENO: Septiembre 09

Probablemente de no mediar ese artilugio técnico-óptico llamado 3D no perderíamos tiempo en hablar de San Valentín sangriento. Basada en una película filmada hace más de veinte años y casi olvidada, ni siquiera su guión original merece recibir ese calificativo porque San Valentín sangriento se hizo real dentro de plena fiebre exploitation al rebufo de obras como La Noche de Halloween (Halloween, 1978) de John Carpenter y Viernes 13 (1980) de Sean S. Cunningham. Es decir, sin la huella de psicokillers como Myers y Jason, no hubiera existido Harry Warden, un minero enloquecido que llena de pánico la ciudad de Harmony.Con algunas variantes operativas con respecto al guión que dirigiera en 1981 el cineasta canadiense George Mihalka, Patrick Lussier adecua con más solvencia que ganas de salirse del pentagrama, un filme fórmula, un slasher al uso que mezcla el acné con la sangre y el erotismo.

Sin interés por la historia y muy convencional en su tratamiento, Lussier, un cineasta cultivado bajo el magisterio de Wes Craven ( Scream, Pesadilla en Elm Street,…) no hace nada para merecer un lugar especial en la galería de maestros del terror.Y es que todo en San Valentín sangriento se dirime en el resbaladizo espacio del 3D, en jugar con sus virtudes y en exprimir sus espejismos. De ese modo, con un irregular equilibrio entre el efecto y el relato, entre el exceso de la barraca de feria y el mínimo desarrollo dramático, se masajea el ánimo con altas dosis de carne y sangre.

Si como relato nada aporta ¿qué diremos de los prometidos impactos sensoriales del 3D? Que de momento, y en este filme, resultan limitados, irregulares y culpables de un fenómeno curioso. En lugar de añadir verosimilitud, tal y como se aplica aquí la tercera dimensión, acaba convirtiendo a los actores en una especie de replicantes sin fluídos vitales. Hemos olvidado que la servidumbre al realismo fotográfico del cine se jugaba sólo en dos dimensiones. Como tampoco el perfil dramático de los personajes da para mucho, salvo algún objeto volante, la sensación claustrofóbica de la mina y un par de “picotazos”, con 3D o sin él, este San Valentín sangriento resulta letalmente anodino, fácilmente olvidable y paradójicamente irreal, especialmente la escena de sexo.
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