Federico, ¿dónde estás?

Título Original: NINE Dirección: Rob Marshall Guión: Michael Tolkin y Anthony Minghella Intérpretes: Nicole Kidman, Kate Hudson, Daniel Day-Lewis, Penélope Cruz, Marion Cotillard, Sophia Loren y Judi Dench Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 118 minutos ESTRENO: Enero 2010


Este filme ambicioso se rompe ante la imposibilidad de unir lo antagónico. No por imposible, que no lo es, sino por desmedido, por artificial, por presuntuoso. Estamos ante la enésima reedición de una armada invencible derrotada por la falta de carácter, hundida por la ausencia de sentido. Sus actrices, un reparto espectacular, jamás interactúan, en realidad apenas comparten un par de planos generales. El resto, fragmentos sin coherencia, secuencias sin continuidad, personajes sin alma, historia sin destino. En el origen, en la estructura primigenia de Nine, descansa Ocho y medio, un filme mítico de Federico Fellini convertido en la quintaesencia sublime de la desorientación de un creador. O como se le decía al personaje alter ego del propio Fellini en su propia historia: “una película sin esperanza”.
Fundir un argumento así con el género del glamour y el sueño, fachada dorada del Hollywood clásico, o sea el musical, resultó inaceptable incluso para el propio Fellini, el más excesivo de los cineastas de la Italia de oro. Vendió los derechos de su filme para que Broadway lo subiera a un escenario, pero pidió que su nombre quedara fuera y exigió un cambio de título.
Rob Marshall, un cineasta que proviene del musical y que en su primer largometraje, Chicago, mostró nervio y talento, fue el encargado de repetir la operación. En realidad, la motivación fundamental de Nine no es recrear Ocho y medio, sino repetir la taquilla de Chicago. Sin embargo, la empresa naufraga porque esa amarga reflexión de un hombre rodeado por las mujeres que ama de manera inmadura e irresponsable: la madre, la esposa, la amante, la musa, la prostituta,… y la soledad, no encuentran en el competente Daniel Day-Lewis sino una reiteración de gestos huecos y mohines rancios.
La culpa no es suya. La nave la encalla quien la dirige, un coreógrafo hábil para jugar con la luz, el ritmo y el movimiento pero incapaz de dar consistencia a la angustia, el miedo y el silencio. Marshall está muy lejos de Fellini y poco sabe de sensualidad, deseo y obsesión. En su lugar, contraataca con cancioncillas, viejas ruinas y tristes maniquíes. Ante eso, difícilmente Guido/Lewis puede esbozar una mueca empeñada en reivindicar lo “italiano”.
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