La insuperable sombra de PixarTítulo Original: MONSTERS VS. ALIENS Dirección: Rob Letterman y Conrad Vernon Guión: Maya Forbes, Wally Wolodarsky, R. Letterman, Jonathan Aibel y Glenn Berger basado en un argumento de Letterman y Vernon Nacionalidad: EE.UU. 2008 Duración: 94 minutos ESTRENO: Abril 09

Hay una delgada línea, un pequeño gesto apenas perceptible que separa lo bueno de lo mejor, lo brillante de lo excepcional. El déficit del primero sólo aparece cuando se comprueba la grandeza del segundo. De ese modo, lo que en sí mismo puede y debe ser percibido como apreciable, cuando es comparado con aquello que le supera, se lee como mediocre. Esa idea brotaba en el texto del dramaturgo Peter Shaffer cuando escribió su drama en torno al ¿incruento? duelo entre Antonio Salieri y Amadeus Mozart. Y desde hace unos años, dos referentes de la animación post-Disney, devienen en metonimia de ese pulso. A un lado, en el rincón del talento y la inventiva, en el papel del verdadero motor de la animación norteamericana del nuevo milenio, Pixar. Al otro, en el papel de Salieri, el equipo de Dreamworks, un proyecto empresarial al que no le satisfacen los aplausos y el dinero que acumula porque, como Salieri, sabe que lo extraordinario se esconde en el otro.
Conforme pasa el tiempo, Salieri, es decir, Dreamworks se desespera, pierde su lugar, se olvida de sus referentes, mal copia a su rival y, carente de su ¿alma?, se vende a lo grosero: Shrek, (especialmente la II y la III) o cede a lo imitativo, (Madagascar I y II). De este modo, bastaría con contraponer Wall.E con este Monstruos contra alienígenas y evocar aquel primer combate del año 1998 entre Antz (Dreamworks) y A Bug’s Life (Pixar) para comprender que el sello de Spielberg cada día se encuentra más lejos del talento de su rival. Y sin embargo hay méritos en Monstruos contra alienígenas como para no renegar completamente de él. Buena parte de sus materiales proviene del habitual saqueo a sus competidores. El resto surge del desenterramiento del cine B de los años 50. Nada nuevo en el imperio posmoderno de Spielberg.
Acaso por ello, en su discurso subterráneo, una abierta apología al mundo freakie por encima de lo convencional representado en un presentador del parte metereológico, un aire viciado de impostura lo atraviesa todo. ¿Por qué? Porque no se trata de pintar como un niño sino de sentir como tal. Lo primero desemboca en el cinismo; lo segundo, recupera el placer de creer en los cuentos, único camino posible para poderlos (re)inventar.
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