De padres, hijos y deberesTítulo Original: LA VERGÜENZA Dirección y guión: David Planell Intérpretes: Alberto San Juan, Natalia Mateo, Marta Aledo, Norma Martínez, Esther Ortega y Brandon Lastra Nacionalidad: España. 2009 Duración: 107 minutos ESTRENO: Mayo 09

En los instantes finales de La vergüenza, sus dos principales y casi únicos protagonistas, arrojan al lago de un parque dos pececillos rojos. Tras ese gesto, cuyo significado último no se explicita, ambos se pierden paseando juntos al mejor estilo de aquel Chaplin de niños sin hogar y emigrantes con miedo. Conforme Pepe (Alberto San Juan) y Lucía (Natalia Mateo) empequeñecen en la lejanía, crecen las sombras que ese final abierto proyecta sobre el espectador. Y es que el cine de Planell busca al público, lo necesita. Por eso hurga en las honduras del tejido emocional, en la razón de los afectos y en el dolor de las heridas. Por eso retrata a quienes se pueden encontrar en una sala de cine, es a ellos/nosotros a los que interpela.
Guionista y cortometrajista, Planell ha debutado en la dirección de largometrajes con esta obra solvente, ganadora del último festival de Málaga y verbalizada con las que han sido sus señas de identidad. Como en sus cortometrajes (Carisma, Ponys, …), Planell confía en la retórica de sus protagonistas, ellos muestran sus sentimientos; al principio desde lo banal, al final, desde el vértigo de percibir la angustia existencial. Aquí no hay arabescos semánticos ni filigranas intelectuales. Sí hay una cuidada puesta en escena y una reiterada obsesión por recordar que sus personajes son peces fuera del agua, extraños empeñados en vivir algo que no les pertenece. Con ellos Planell se atreve a hablar de lo cotidiano. Evita la sal gruesa pero aplica el humor, sortea las tragedias pero muestra el dolor. Es su proceso para sacar a la luz esas cosas que dan vergüenza como las dudas de unos padres adoptivos ante su capacidad para poder asumir la alterada personalidad del hijo de acogida. En La vergüenza el matrimonio protagonista vive el temor de su desorientación y, conforme más habla, con mayor claridad se impone la complejidad de un problema ante el que no es frecuente entrar desde esa libertad. A Planell no parece importarle que su película tenga traje de cortometraje porque intuye que hay verdad en ella. Es cine de cámara, sabedor de que lo que importa consiste en pulsar esos acordes íntimos de los que casi nadie habla. De eso se ocupa La vergüenza, de hacer cine que cuestione lo cotidiano, porque eso también importa.
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