Nada propio, todo vistoTítulo Original: PANDORUM Dirección: Christian Alvart Intérpretes: Dennis Quaid, Ben Foster , Cam Gigandet , Cung Le, Antje Traue, Eddie Rouse, Niels-Bruno Schmidt, Norman Reedus y Friederike Kempter Nacionalidad: USA y Alemania. 2009 Duración: 108 minutos. ESTRENO: noviembre 2009

Extenderse a lo largo de casi dos horas para no ofrecer ni un solo pensamiento propio, lleva al desinterés y provoca el hastío. Si al menos estuviéramos ante un producto barato, libre para delirar, sin cortapisas para perderse en la osadía de lo bizarro, cabría esperar uno de esos relámpagos de genialidad que los mejores títulos de la ciencia ficción de bajo presupuesto y desvergonzada osadía son capaces de mostrar. Pero aquí hay medios, hay producción e incluso había expectativas altas ante la presencia en el timón de Christian Alvart, no tanto por la inane Expediente 39 sino por su película alemana Antikörper, el ángel de la oscuridad. Todo en vano. Pandorum ahonda y se hunde en la grieta que mostraba el filme protagonizado por Renée Zellweger. Lo suyo es nada. Y sin embargo a Alvart le apoyaba la tradición, su origen. Desde hace algunos años, el cine alemán exporta a Hollywood buenos profesionales, directores que se enfrentan a la ciencia ficción, el terror y lo fantástico si no con brillantez sí con solvencia. De Wolfgang Petersen a Roland Emmerich, la lista acuña a un puñado de buenos profesionales entre los que, de momento, Alvart no merece estar.
Pandorum, se nos dice, significa síndrome disfuncional orbital. Y desde luego disfunciones hay bastantes en un filme que arranca al estilo de The Cube, que pronto se subordina a las huellas de Alien y que más tarde estalla en un castillo de fuegos de artificio que rezuma mediocridad y falta de ideas. Y si alguien ejemplifica la rutinaria cinefagia de su guión, ese es el personaje encarnado por Dennis Quaid, un actor desperdiciado.
Christian Alvart que fagocita recursos y anécdotas de obras ya clásicas del género, dilapida el escaso capital acumulado en su argumento al preferir apostar por el tono del videojuego y la acción. Carente de densidad dramática, superficial, caprichoso y anoréxico, su relato se (re)viste de la invisibilidad de lo que carece de algo personal. Si diez minutos después de sufrir el asedio-misterio de su historia, se comienza a sufrir lagunas; dos horas después, ya resulta difícil reconstruir su argumento. En esta disfunción que gira sobre sí misma, sólo permanece a través del tiempo la sensación de que no había en ella nada merecedor de ser recordado.
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