En “La bruja”, primer largometraje de Robert Eggers, el nuevo “enfant terrible” del cine americano cometía, en el momento del desenlace, el mismo error en el que incurría el Lars von Trier de “Rompiendo las olas”.
En los minutos del desenlace, cuando el via crucis de Richard Jewell da síntomas de desmoronarse, Clint Eastwood deja que sea el propio Jewell, o sea el actor que lo representa, quien verbalice el sentido de este filme: “si se sospecha del héroe -se nos dice- nadie querrá asumir esa tarea”.
Curtido en el oficio en el campo de batalla de las series de televisión, Marc Vigil debuta al frente de un largometraje con este relato de género “noir” ambientado en la España contemporánea y con una obvia dosis de metalenguaje y autorreferencia, propia de quienes han vivido la profesión desde dentro.
El 5 de enero de 1895, el de la noche de Reyes, se ejecutaba la sentencia que condenaba al capitán Alfred Dreyfus a cadena perpetua por un caso de espionaje en el ejército francés. En medio de un ritual protocolario propio de una época de solemnidad crepuscular, Dreyfus, cuya sentencia había gozado inicialmente del beneplácito de la ciudadanía, era degradado de sus galones y desposeído de sus armas; pasaba de oficial a presidiario.
De la capacidad como directora de Greta Gerwig, actriz estadounidense de ascendencia alemana, tuvimos noticia cuando hace dos años presentó “Lady Bird”, un “mumblecore”, un retrato juvenil, que tenía en Saoirse Ronan a esa intérprete en estado de gracia capaz de sublimar el papel que se le ha otorgado.
Las crónicas periodísticas publicadas en los primeros momentos decían que esta adaptación cinematográfica de “Cats” era “cat/astrófica”, y decía bien. Esta era una de esas decenas de juegos retóricos con los que se ha buscado provocar la hilaridad para recompensar a quienes han sufrido las consecuencias de haberla visto.
Una y otra vez, de manera más o menos explícita, todos los protagonistas, en este filme atípico, se cuestionan por la verdad. Bien mirado, esa interrogación se debe a la pregunta natural de un narrador dedicado a cuestionarse la verosimilitud de sus historias.
En los últimos avatares de este filme de trilogía de trilogías, dos mujeres, en medio de una multitud, se besan fugazmente. Es un plano apenas subrayado, pero del que la mayor parte del público toma nota porque ha sido compuesto para eso, para ser (a)notado dentro de la corriente artificial de corrección política que nos acorrala.
Nos llega de la vecina Francia un cargamento de comedias que hacen del género un disfraz, para afrontar el tema de la emigración. “Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho…ahora?” de Phillippe de Chauveron es, además, la continuación de una de esas incursiones que se cerró con un evidente éxito comercial.