Título Original: LA VERITÉ Dirección: Hirokazu Koreeda Guión: Hirokazu Koreeda, Léa Le Dimna Intérpretes: Catherine Deneuve,  Juliette Binoche,  Ethan Hawke y  Ludivine Sagnier País:  Francia. 2019 Duración:   106  minutos

Divas y actores

Una y otra vez, de manera más o menos explícita, todos los protagonistas, en este filme atípico, se cuestionan por la verdad. Bien mirado, esa interrogación se debe a la pregunta natural de un narrador dedicado a cuestionarse la verosimilitud de sus historias. De hecho, la semilla germinal sobre la que ha brotado este filme descansa en las investigaciones y pesquisas que el propio Koreeda realizó hace años, al bucear en el extrañamiento y la angustia que viven los actores y actrices en la penumbra de los camerinos, cuando la piel de sus personajes borra las emociones de sus vidas privadas. 
Se trata de la primera incursión de Hirokazu Koreeda, el más “ozuniano” de los directores japoneses contemporáneos, filmada fuera de su país. De hecho, casi al final de esta película, de factura voluntariamente francesa, Koreeda se hace un guiño y capta de refilón, como si se tomase un respiro, la celebración del cumpleaños de una abuela japonesa. Se hace evidente que entre ella, que habita en la no impostura de una existencia convencional, y la protagonista, que se debe a un personaje, hay una abismal diferencia.
Será el único guiño al origen nipón de un filme que una mirada no avisada podría confundir con el hacer de directores que van desde Rohmer a Assayas. Buena parte de la culpa la tiene ese duelo interpretativo entre dos grandes damas de la escena francesa: Catherine Deneuve y Juliette Binoche. Ellas acaparan, como madre e hija, el principal interés de “La verdad”. Deneuve encarna la personalidad de Fabienne (segundo nombre real de Catherine), una diva que entre ser buena madre, buena persona o buena actriz, lo vende todo por su carrera. Binoche, asume el rol de su hija, Lumir, una guionista que quiso ser actriz pero a la que el peso de una madre castradora le hizo alejarse del sueño de ser intérprete para dedicarse a escribir aquello que los histriones deben asumir con la pretensión de convertir en verdad. Koreeda, director que de la sencillez hace virtud, establece al menos tres niveles de verdad. La de la memoria y su representación; la de la vida y sus rituales cotidianos y la que surge del mundo del cine y el teatro, la que reclaman los actores cuando, como se ha dicho tantas veces, al aspirar desde los recursos del arte de la simulación y la mentira se pretende destilar la esencia de la verdad. De hecho, el filme arranca con una entrevista que sostiene Fabienne, una insoportable estrella recubierta de vanidad y espinas que corrige una vez tras otra a su entrevistador con motivo de la presentación de su autobiografía.
Como es de suponer, esas memorias están llenas de olvidos interesados y de hipérboles gratuitas. Los más afectados son precisamente quienes más conocen a Fabienne, su último marido y su hija. Con ellos y con su nieta, su yerno, su primer marido y algún otro personaje colateral, Koreeda se adentra en un universo afrancesado, con esos relámpagos de humanismo que iluminan su filmografía. El director que empezó haciendo documentales documenta un ensayo lleno de sombras y luces sobre la autenticidad de los sentimientos.
Hay algo más que azar y casualidad en el hecho de que Koreeda para hablar de esta cuestión asuma rodar fuera de Japón; como si al enfrentarse a personajes ajenos a su universo vital, pudiera liberarse de la sensación de impostura que le supone esta reflexión. Como siempre, los niños, aquí la nieta de la diva, deparan los minutos más convincentes. Como nunca, el hecho de hablar de personajes que al público occidental le resultan más acotados, convierte su película en un relato más simplificado; sus personajes poseen, aparentemente, menos precisión que los dibujados en filmes precedentes. Ese peaje, debido al hecho de rodar una realidad ajena, no impide percibir en “La verdad” los estilemas y el sentido de uno de los cineastas contemporáneos más estimulantes de nuestro tiempo. Aunque esta “verdad” se quede en la epidermis de sus protagonistas
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