Título Original: LA HIJA DE UN LADRÓN Dirección:Belén Funes Guión: Belén Funes, Marçal Cebrian Intérpretes: Greta Fernández,  Eduard Fernández,  Àlex Monner,  Frank Feys País:  España. 2019 Duración:   102  minutos

Ecos de ADN

En el origen de “La hija de un ladrón”subyace una circunstancia determinante, la vinculación que en la vida real tienen sus dos protagonistas: Eduard Fernández y Greta Fernández. Él es el ladrón del título; ella, su hija. Padre e hija en un filme encumbrado sobre una relación de espinas y mentiras. Para el bragado protagonista de algunos de los títulos más notables del cine español, Eduard Fernández; enfrentarse a la mirada de su propia  hija representando a una hija que reprocha y rechaza todo lo que su padre representa, se antojaba un ejercicio complicado. En el filme eso no se nota; en la presentación de la película de Belén Funes en la última edición del SSIFF, que mereció el premio ex-aequo a la mejor intérprete femenina para Greta Fernández, la cosa fue distinta. Allí, Eduard Fernández intentó por todos los medios echarse a un lado para ceder el protagonismo a su hija. Era el enternecedor detalle de un animal escénico que protege a su cría. 
Más allá de ese juego entre lo real y lo representacional, “La hija de un ladrón” evidencia ser una propuesta firme de una cineasta que empieza con modelos canónicos y con mucha atención por no desviarse de lo que otros hicieron antes que ella. Entre esos otros que le sirven de faro, los hermanos Dardenne podrían haberle apadrinado porque hay mucho de ese, su cine, vinculado a la realidad en cuyo interior late una voluntad aleccionadora.
De esa realidad, de un contacto con el mundo carcelario vivido por la directora, Belén Funes (Barcelona 1984), surgieron los primeros folios escritos para la que sería su primera película de larga duración. En “La hija de un ladrón” se nos recuerda que ese padre de baja empatía y nula brillantez acaba de salir del presidio. Una salida que no puede compensar la sensación de abandono que este hombre practica con respecto a sus dos hijos, a los que se ha sumado una nieta casi recién nacida. Al explicar su primera película larga, Belén Funes contaba que al inicio de la misma creyó que estaba haciendo un filme de gente que se odiaba, pero que su relato final acabó siendo el reflejo herido de una gente que no sabe cómo quererse. Sutil pero decisiva diferencia a la que sin duda mucho debe la corriente subterránea que une los ojos de Eduard y Greta con la semejanza de un ADN común.
En su paso por el Zinemaldia, Belén Funes evidenció que su trabajo mostraba más solidez que la inmensa mayoría del resto de películas a concurso en la sección oficial. Lo que tampoco es mucho decir teniendo en cuenta la famélica situación de este festival preso de su éxito y víctima de su acomodo al regusto por copar portadas de prensa, aunque sea con cine de más estrellas que valor. Pero más allá de ese deprimido paisaje, “La hija de un ladrón” puede mantener su dignidad en cualquier parte. Entre otros factores porque Belén Funes, asume el libro de estilo de la ESCAC, es decir rigor, austeridad, ninguna concesión e historias familiares y mínimas.
Tal vez la obra de Funes no llegue a provocar el impacto emocional que sacudía con melancólica rabia el filme de Carla Simón, una historia sacada de su propia existencia. En ese sentido, la mayor virtud de “La hija de un ladrón”, pese a su rodaje duro, esquivo, nada de sopa de ruido gratuito, ajeno a musiquillas tontas y miradas tiernas, está en la coherencia interior, en ese saberse hecha como desde el libreto se pretendía. Nada que objetar a esta radiografía a la Barcelona de la periferia y la emigración; la de la gente a la que los discursos políticos del momento nada le afectan, porque no viven en esa realidad. Son sombras de un territorio de insatisfacción e incertidumbre. Un espacio en el que los padres no se personan y las hijas no se soportan. Un retrato apesadumbrado de una mujer en crisis, como madre, como hija, como hermana y como esposa que, a su vez, apesadumbra.
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