La secuencia más impactante, tal vez la mejor filmada, acontece en una carretera camino de Salamanca. En ella, un Millán Astray arrebatado por su divina misión, arenga a las tropas de la legión. Por supuesto Amenábar asume que se trata de la misma legión que todas las semanas santas, cuando levanta la cruz, pone los pelos de punta a nazarenos sin memoria y turistas sin conocimiento.
La estructura de “Hasta siempre, hijo mío”, bello filme engarzado a golpe de austeridad emocional, corre como un tren de vagones desordenados. Su metrónomo da triples saltos, avanza y retrocede en el tiempo; retuerce el calendario y juega con lo que fue, para sugerir lo que pudo haber sido.
El premio a la mejor fotografía sonó a campanada. Parecía que con él quedaban más que colmadas las ambiciones y los méritos del filme de Paxton Winters. Podía aceptarse que el jurado presidido por Neil Jordan quisiera subrayar con ese gesto, su apoyo y su reconocimiento a un filme voluntarista y bienintencionado.