Título Original: AVENGERS: ENDGAME Dirección: Anthony Russo, Joe Russo Guión: C. Markus, S. McFeely (Cómic: J. Starlin. Personajes: S. Lee, J. Kirby) Intérpretes: Robert Downey Jr., Chris Evans, Mark Ruffalo, Chris Hemsworth País: EE.UU. 2018 Duración: 181 minutos

Solución Moebius

Diez años y más de veinte largometrajes después, la máquina de alta precisión e infinitas ganancias de la Marvel desemboca en su sublimación, en la apoteosis, en la madre de todas las batallas y el cambio de paradigma.
Como subraya su título, “Endgame”, estamos ante un final de ciclo, una clausura de era cuyos detalles deben ser silenciados con precaución porque, en los últimos tiempos, se ha desatado una infantil obsesión enfermiza contra los llamados spoilers. No deja de ser paradójico que en el tiempo del remake y la repetición de la franquicia hasta la náusea, toda divulgación de algunos datos sobre el argumento se considera anatema y se lapida al culpable como un apestado. Pero para no molestar, nada destriparemos sobre lo que acontece en el seno de “Endgame”, aunque en realidad lo que allí ocurre importa más bien poco. Desde el Superman de Donner sabemos que nada hay definitivo, ni siquiera la muerte por muy real que ésta sea. Cosas de un tiempo que se niega a enfrentarse a la única cuestión que nos iguala a todos, nuestro carácter de transitoriedad, nuestra naturaleza de animales efímeros. La muerte es lo único que nos iguala a todos los seres humanos.
Al margen de esas manías, para abordar lo que nos aguarda en esta traca final que sabe mucho de las (des)ilusiones y poco o casi nada de la verdad subjetiva del hacer artístico, conviene desdramatizar. Nada hay de fascista en el universo de la Marvel, por mucho que vanidosos engreídos como Iñárritu tilden de ese modo el cine de superhéroes. Pero tampoco nada hay de extraordinario en estos productos comerciales, por más que una legión de fans las consideren obras maestras y pidan para ellas el mismo tratamiento que Las Meninas, “Cuentos de Tokio”, “Hamlet” y Notre-Dame por citar, estos sí, monumentos artísticos extraordinarios.
Lo propio de la Marvel ha sido el divertimento, un entretenimiento pop de cultura liviana e ideología débil. Se cree izquierdista, pero apenas podría prescindir de los objetos de consumo que forjan el sueño americano. A nadie se le escapa que su naturaleza se afirma en una rebeldía adolescente de mucho acné y pensamiento flaco.
Los hermanos Russo, lejos de la imprevisible capacidad de un Christopher Nolan o del fervor de un Sam Raimi, se aplican al trabajo como ejecutivos curtidos. De entrada, nada de empezar el filme al estilo del evangelio de Sam Fuller. Aquí no hace falta amanecer con un terremoto, porque era con un desolador desvanecimiento, la mitad del mundo hecho cenizas, como había acabado el filme anterior. La inmensa mayoría que ha batido el récord de espectadores de “Endgame” ya ha visto la entrega anterior y los 22 largos que pueblan esta megaserie nacida para pantallas gigantes y audiencias de guinness.
Los Russo arrancan con el duelo, con el sentimiento de culpa. El mismo que acongojaba al pobre protagonista del más extraño filme de Miyazaki, “Porco Rosso”. La mitad de los superhéroes, esos que han sobrevivido, sufren el síndrome de Primo Levi: ¿Por qué ellos están vivos?
Buen comienzo tras un estremecedor final. Con él, “Endgame” prepara el terreno para la batalla final, para el apocalipsis contra “Thanos”. Mitología posmoderna en un mundo de corrección política. Mujeres, negros, orientales… Con oportunismo, y un poco de humor, se salvan los muebles de lo que ha nacido sin frescura ni libertad, porque el negocio resulta tan apabullante que no hay margen para el error. Es tiempo de excesos. Demasiados finales, demasiadas concesiones, demasiado ruido… y, por supuesto, un gran nivel profesional para llevar al cine un sencillo y ultracaro tebeo de lujo.

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