Título Original: AT ETERNITY´S GATE Dirección:  Julian Schnabel Guión: Jean-Claude Carrière, Julian Schnabel, Louise Kugelberg Intérpretes:  Willem Dafoe,  Rupert Friend,  Oscar Isaac,  Mads Mikkelsen  Nacionalidad: Reino Unido.  2018 Duración: 106  minutos

La angustia de la incomprensión

Julian Schnabel fue pintor antes que director de cine. De hecho, su iniciación en el mundo audiovisual, su consagración, tuvo lugar cuando decidió contar la historia de Basquiat en 1996. Con él había compartido un tiempo en el que ambos artistas representaron la renovación del arte neoyorquino del final del siglo XX. Pero una sobredosis se llevó a Basquiat y Schnabel, desubicado y sin referencia, decidió relatar su periplo como manera de resituarse él mismo en la historia. En el final de los 90, Basquiat era una leyenda y Schnabel una figura artística reconocida por mostrar en sus pinturas una actitud pasional, fuerte, sin limar en sus formas, tan enérgica como brutal. Pero las cosas cambian y Schnabel, buen conocedor de la veleidad del panorama del arte contemporáneo, supo ver en el cine una nueva oportunidad de reinventarse. Desde entonces, con la excepción del rodaje de un concierto de su amigo, también fallecido,  Lou Reed, las películas de Schnabel se nutren de vidas ajenas, reflejos de otros artistas que, bajo la mirada del director judío, parecen impregnarse de reflexiones de sí mismo. En algún modo, eso retratos ajenos devienen en autorretratos de lo que, quizá, no se quiere mostrar en primera persona.

Que Schnabel llegase a Van Gogh, el paradigma del artista maldito, perdedor en vida, hony y ahora el artista más cotizado 129 años después de su muerte, obedece a una lógica evidente. Schnabel, conocedor sin duda de la lección de los Straub-Huillet sobre la mirada cinematográfica cuando se ha de relatar una biografía, sabe que las anécdotas son la espuma de las olas, lo definitivo reside en sus obras.

Ambientado en los dos últimos años de la vida del pintor holandés, Schnabel mira de frente a Van Gogh y lo filma por la espalda. La cámara se hace espejo y la mirada de Van Gogh, con frecuencia, enfoca su propia pintura.

El paisaje que le inspiró se convierte en el territorio hostil que jamás lo aceptó. El delirio del artista enfebrecido, la locura del creyente sin religión, abonan el camino para que el actor que encarna a Van Gogh, Willem Dafoe, se apropie de su angustia.

Schnabel se siente cómodo al hablar del pintor, dado que él mismo ha confesado que pintar es lo que hace todo el tiempo, que pintar para él es sinónimo de respirar. En consecuencia, en el quicio de estas “Puertas de la eternidad”, el filme de Schnabel se muestra menos interesado por las circunstancias de la muerte de Van Gogh que por la inaprensibilidad de esa pintura que sigue fascinando a millones de personas. En realidad, ese mismo interrogante, con menos alcance que en el caso del pintor holandés, también estaba presente en “Basquiat”.

Hace poco más de un año, tras un esfuerzo titánico, nació lo que denominaron como el primer largometraje de “óleo animado”, “Loving Vincent”. El leit motiv de aquel trabajo de orfebre buscaba cuestionar el (im)probable  suicidio del pintor. Casi la mitad de la película se centraba en las sombras de su fallecimiento. Schnabel, esa cuestión, la resuelve en medio minuto. 

Por el contrario, la zona central de su ensayo gira obsesivamente en torno al rechazo de la sociedad hacia el trabajo del artista. En ese periplo, con las presencias obligadas de algunos personajes decisivos en su vida, su hermano Theo, naturalmente, o el también pintor, Gauguin, el filme dibuja un tobogán de secuencias desiguales.En muchos minutos, Dafoe traspasa la pantalla. Nos hace creer que Van Gogh fue así, él es Van Gogh. En otros, Schnabel fabula para culpabilizar al mundo y el retrato íntimo se impregna de la insensibilidad ajena.

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