Entró! Entró!Título Original: BORG McENROE Dirección: Janus Metz Pedersen  Guión: Ronnie Sandahl Intérpretes: Sverrir Gudnason,  Shia LaBeouf,  Stellan Skarsgard y Tuva Novotny  País:  Suecia. 2017  Duración: 103 minutos ESTRENO: Mayo 2018

El director de este docudrama proviene del cine de no ficción. De ahí que necesita armarse de realidad. De hecho. tras una solvente trayectoria como documentalista, Borg, McEnroe, la película, surge como una ficción de escalofriante realismo. Una ficción que recrea un partido de tenis que existió; el que por vez primera enfrentó a los dos mejores tenistas de ese momento. El partido fue tortuoso, eterno, carne de leyenda. Estaba hecho de esa sustancia por la que la prosa deportiva siente una irresistible atracción. Esa carne de épica forjada con cruel maniqueísmo:fracaso o gloria. Todo para el vencedor; el olvido y el desprecio para el que haya perdido.
Con esa actitud de cronista deportivo, el danés Janus Metz Pedersen, con el libro de estilo de un Marca cualquiera bajo el brazo, conforma un filme potente. Reconstruye con fidelidad los escenarios y las circunstancias. Extrema las características de cada uno de los contendientes y refuerza esa dualidad entre dos estilos contrapuestos. El equilibrio y la frialdad vikinga frente al individualismo temperamental del nacido en los EE.UU.
Así, con un riguroso parecido físico por parte de los principales actores y con un sobrio y medido trabajo interpretativo, Pedersen se olvida de adentrarse en lo que la piel cubre. No hay profundidad pero se imprime apariencia de autenticidad a su puesta en imágenes.
Aunque el título preludia un equilibrio, Metz Pedersen se centra en el tenista sueco. Al fin y al cabo, la película se ha hecho con dinero sueco. Tal descompensación no es preocupante porque el guión se contenta con caricaturizar sin maldad los arquetipos que rodean a ambos deportistas.
Lo importante es recrear el citado encuentro entre ambos y, aunque la película nunca aspira a ir demasiado lejos, sus hechuras rezuman profesionalidad. Alto oficio para sustentar este ensayo en torno a un duelo entre el campeón crepuscular y el aspirante ambicioso. El hielo y el fuego, diría un periodista perezoso, se ejemplifica en un plano donde ambos, justo antes de empezar el partido, se sientan uno al lado del otro. No cruzan su mirada. Solo esperan cada uno con sus miedos y ansias, como gladiadores en el siglo XX, a que la lógica del éxito dicte su veredicto.

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