Como Samuel Beckett, Agnès Varda ha dedicado su vida a la espera(nza). A diferencia del nobel irlandés, su mirada no zozobra en el existencialismo y el absurdo; al menos no desde la desesperación de quien juzgaba el tiempo venidero como un futuro abocado al vacío y la nada. Podría resultar productivo analizar el trabajo de Varda desde esa contraposición con respecto al autor de Esperando a Godot.

El director de este docudrama proviene del cine de no ficción. De ahí que necesita armarse de realidad. De hecho. tras una solvente trayectoria como documentalista, Borg, McEnroe, la película, surge como una ficción de escalofriante realismo. Una ficción que recrea un partido de tenis que existió; el que por vez primera enfrentó a los dos mejores tenistas de ese momento.

La voz en off, o voz superpuesta, lleva proscrita en el cine desde hace décadas. Incluso su definición -se dice que su uso se convoca cuando el relato cinematográfico no se explica bien-, parece reducir este legítimo recurso a una suerte de quitamanchas indeseado e indeseable. Eso no impide que, como en todo tópico, habite en él algo de verdad.

Resulta inevitable evocar lo que Sofia Coppola hizo en La seducción (2017), película construida sobre el mismo relato con el que Don Siegel filmó El seductor (1971). En la ópera prima de Marine Francen, como en las obras citadas inspiradas en la novela de Thomas Cullinan, la peculiaridad del argumento abunda en la encrucijada de una comunidad femenina enfrentada a la presencia de un hombre y lo que esa aparición supone para la convivencia entre todas ellas.

Por si quedaba alguna sombra de duda, antes de que comience la película, se nos indica con total claridad cuál es su fundamento. Esa razón de ser se (re)afirma en los títulos de crédito. En ellos leemos con poliédrico sentido: “Harry Dean Stanton is Lucky”. O sea, Harry Dean Stanton es el (feliz) protagonista único y omnipresente de este filme que habla de la decadencia y del vacío; una película centrada en la sala de espera de la muerte.

Quienes supieron de Nightcrawler (2014), entendieron que detrás había un narrador especial. Un director capaz de adentrarse en el lado oscuro y hacerlo con coraza de hielo: Daniel Christopher Gilroy. Dan Gilroy, como es conocido, pertenece a una familia criada en el mundo del cine, el teatro y el espectáculo.

Vengadores: Infinity War empieza en el infierno para recorrer todas las estancias del horror y la muerte. Lo que viene a continuación son más de 150 minutos de acción y reacción. Trifulcas interminables salpicadas con micro-diálogos al alcance de los iniciados. ¿Es posible disfrutar plenamente -hay poco que entender-, un filme como éste sin tener conocimiento de los 18 antecedentes que le preceden? Supongo que no.