El formalismo de Isla de perros, su equilibrada belleza de geometría y orden, la impecable y contagiosa banda sonora, las simetrías de ácido y miel y las innumerables citas cinéfilas, contribuyen a cegar la mirada de quien observa lo que acontece en esta distopía canina. Incluso la ya imparable aureola de Wes Anderson y sus obras precedentes no hacen sino incrementar la distorsión ante lo que realmente acontece en el interior de este atípico e inclasificable filme.

Hace unos años Mateo Gil era la cara oculta de Amenábar. Era ese 50% sumergido en el anonimato. Así, mientras Amenábar era saludado como el portavoz del cine español de la generación del advenimiento del siglo XXI, Gil ocupaba un discreto segundo plano en la sombra. Sin menospreciar la calidad de esa filmografía conjunta, (Tesis, Abre los ojos, Mar adentro y Ágora) Mateo Gil sigue apareciendo como un profesional de rostro irreconocible que, cada vez que intenta hacer algo por su cuenta, se abisma y se pierde.

Poco a poco, aprovechando los pequeños resquicios que permite una cartelera saturada de estrenos insustanciales, comienzan a verse estrenadas en los cines las mejores películas del anime japonés. Este Fireworks se presentó en el pasado Zinemaldia con aires de pieza mayor. La sombra de Your name le avalaba al mismo tiempo que le ponía un cepo en el cuello.