Hay un vocablo (el idioma inglés nunca cesa de engendrar nuevas palabras), para designar la naturaleza de filmes como este. A las películas con su ADN, se les conoce como “mumblecore”. Con ese término se designa a una serie de cineastas y obras del llamado cine indie más periférico; el que se sitúa en los arrabales de la producción de low cost y la extrema libertad.

El comienzo de En la sombra quiere ser jubiloso. Arranca con una boda, pero termina con un epitafio; como la vida misma, pero con aromas del viejo de Hollywood. Fatih Akin, coronado como uno de los mejores directores del cine europeo, ni mejora ni empeora su pasado.

Podía haber sido una versión pobre y convencional de cualquiera de los ambiciosos proyectos que la Marvel ha producido en estos últimos años. Una especie de Capitán América en clave de black exploitation. No es así, pese a que el argumento carezca de originalidad.

Hace dos décadas, obras como Orlando (1992) y The Tango Lesson (1997) sirvieron como tarjeta de presentación para una directora, Sally Potter, que se adentraba en la tradición de cierto cine británico de ensayo y heterodoxia. Como ocurre cada vez que surge una voz singular, la controversia y la división de opiniones acompañaron su trayectoria.

La obra testamentaria con la que se pone punto final a una trayectoria no es necesariamente la última en hacerse. Por ejemplo, el adiós conclusivo y absoluto de Akira Kurosawa no hay que buscarlo en Rapsodia de agosto (1991) o en Madadayo (1992), por más que ambas jueguen con la idea de la despedida y la muerte, sino en Sueños (1990) y en Ran (1985), obras que hablan de la vida y su ajuste de cuentas.

Su anterior película, Tangerine, se rodó con tres iPhone 5, porque el presupuesto no daba para más. Empezó en la nochebuena de 2013 y acabó 24 días después. Era su quinta película y Sean Baker se comportaba como si acabase de debutar. Ahora, con el entusiasmo que ha provocado The Florida Project, este británico-estadounidense permanece inalterable e inalterado.

Nuestra mirada ante El hilo invisible corre el peligro de perderse en sus fantasmales estancias, de agotarse en sus serpenteantes escaleras. Así, ese vértigo de geometrías gesticulantes provoca una niebla culpable de tratar de confundir las verdaderas intenciones de Paul Thomas Anderson.

Concebida como una búsqueda en el corazón de las tinieblas, un periplo por el Congo de los niños soldados y las minas de coltán, es decir, presentada como el relato de un descenso al agujero más peligroso del mundo, El cuaderno de Sara aplica la sensibilidad de una ONG para disimular los trucos de un indigesto best seller de muchas páginas y poca literatura.

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Dentro de unos años, todos hablarán de “¡Qué noche la de los Goya del 2018!”. Como señalan o deberían haber señalado las crónicas más madrugadoras, el 3 febrero de 2018, el cine español se hizo feminista y habló en euskera. ¡Estupefacción!
Fue el año del vórtice prodigioso, el del antes y el después.