En todo cuanto se ha escrito sobre Una vida a lo grande, hay acuerdo absoluto. Alexander Payne, probablemente uno de esos buenos directores que practica cine adulto en el jardín de la infancia en el que se ha convertido el cine comercial estadounidense, ha partido de una idea genial para un filme inclasificable.

Las últimas declaraciones de Woody Allen a propósito del estreno de Wonder Wheel han podido sonar parecidas a las que, de manera rutinaria, realiza con cada nuevo estreno. Sin embargo, quienes conocen bien a Allen, y tras más de medio siglo de hacer películas sin parar, ya han reunido muchos elementos de comparación y juicio, y saben que hay en sus palabras de ahora un mayor desapego, una distancia crepuscular, desinteresada, incluso aburrida, que no deja de ser sino el reconocimiento sutil de que esta película le ha servido para poco.

Columbus se ve custodiada por dos referencias. A un lado, se adivina el gesto tranquilo del Ozu de personajes ordinarios y roces familiares. En su interior habita el aroma del gran cine clásico japonés que renunciaba a la épica a favor de abismarse en las enormes pasiones de las gentes discretas.