Aunque lo que describe Morir acontece aquí y ahora, su semilla germinal hay que fijarla en la novela homónima de Arthur Schnitzler (Viena, 1862-1931). Allí, en ese contexto de la Austria que años después vería desmoronarse el sueño de Europa devorado por el monstruo del nazismo, Schnitzler compartió ciudad y tiempo con gentes como Stefan Zweig y Sigmund Freud.
Aronofsky pertenece al grupo de cineastas kamikazes al estilo de Terry Gilliam y Luis Buñuel. Son gentes sin freno que, en sus películas, se pasean con dios y con el diablo sin pagar el peaje de la fe; sin militar en iglesias ni credos.
La conformidad de un jurado constituido por tres profesionales de la interpretación, dos guionistas, un director de fotografía y un solo realizador, decidió que 2017 pase a la historia del Zinemaldia como el año del “desastre”. Un “desastre” anunciado que llegó a San Sebastián respaldado por el beneplácito del público de Toronto y que fue saludado por una buena parte de la critica en Donostia con elogios desmesurados.
La clausura del Zinemaldia, esa ceremonia en la que se hace pública la decisión del jurado ante un público que, en su mayoría, no ha visto casi ninguna de las películas premiadas, nos ha dado noches olvidables protagonizadas por películas de escaso fuste y ningún interés.