Una creencia muy extendida sostiene que de una mala novela puede surgir una gran película. Orson Welles se encargaba de alimentar esos bulos haciéndolos realidad, y no fue el único. El guardián invisible por el contrario, insiste en demostrar que de una mediocre novela lo que brota, salvo que medie un genio por allí, no es sino una lamentable película. En ese sentido Fernando González Molina respeta y hace suyo el imaginario de Dolores Redondo.

La comparación tiene miga y está cargada con sentido. Concebir el McDonald como la nueva iglesia americana, es decir, como el templo al que cada fin de semana acude la familia para celebrar unida su ocio sin que se vea excesivamente perjudicada su cartera, tiene gracia y bucea en la paradójica naturaleza del ADN norteamericano.

Hace 20 años, los hermanos Dardenne debutaban en el cine de ficción con un filme cortante y premonitorio de título esperanzador: La promesa. (Pro)venían del cine documental. Se habían curtido en el campo minado del reportaje televisivo de magro presupuesto y sólido compromiso. Con extraordinaria lucidez, en su primer largo de ficción, quedaron inscritas sus señas de identidad, esas que les han convertido en el paradigma de lo que entendemos por cine realista europeo.