Probablemente, la obra cumbre del hacer de Pixar se llama Toy Story 1, 2 y 3, una trilogía a la altura de El padrino. Pero fue en Buscando a Nemo, donde el estudio liderado por John Lasseter formuló su mayor aportación al relato contemporáneo. Recuerden. La estructura del cuento clásico, narración de iniciación y aprendizaje que se relata a los niños para que empiecen a despegarse de los lazos de sus progenitores, repite un hecho común: la desaparición de las figuras paternas y la necesidad de enfrentarse al mundo por sí mismos.

Habría que buscar en sus trabajos más anodinos, un papel en el que Ricardo Darín no roce la excelencia. Tan competente se muestra Darín que su sola presencia en un filme lo ennoblece. Incluso los hace parecer mejores de lo que realmente son. Sin embargo, en Capitán Kóblic, filme dirigido por Sebastián Borensztein, un amigo del actor de El hijo de la novia, la anemia narrativa del filme, deja sin aire ni razón al solvente histrión argentino. Lo aisla al confinarlo en un personaje presentado con un mayúsculo error de planificación presente desde el guión.

En la biografía de Alex Proyas todo resulta poco común. Todo se llena de zozobra, sombras y excentricidad. Debutó hace 22 años y en ese tiempo ha dirigido seis películas. Todas ellas heterodoxas, la mayoría de vocación fantástica, muchas con extraños tonos turbios. Construyó en 1998 un filme de culto titulado Dark City y el estigma kafkiano de Dark City nunca le ha abandonado. Cuatro años antes, había dirigido la adaptación al cine de un personaje de cómic, El cuervo.