Han pasado 14 años del estreno de Bowling for Columbine (2002). En este tiempo, Michael Moore no ha modificado ni una sola coma de su libro de estilo. Todo permanece fiel, todo sigue en su sitio. Todo menos su matrimonio y su físico. De su mujer se separó hace dos años, tras 21 de convivencia. De su cuerpo, en él, se hacen patentes el progresivo sobrepeso y los 62 años recién cumplidos. Kilos y años ablandan incluso a los más duros.

Con X-Men ya no hay sorpresa alguna. Y con Bryan Singer se garantiza que quien dirige conoce el material de partida, nadie discutiría que le gusta y parece obvio que disfruta llevándolo al cine. Por otro lado, se ha dicho en anteriores ocasiones, hay una gran diferencia entre lo que ocurre en las aventuras de papel y el cine. En los tebeos, los detalles biográficos de los protagonistas rara vez ilustran las nuevas entregas en donde lo que importa no es sino la capacidad de idear nuevas empresas, nuevos peligros. Nadie se compra un cómic de El Capitán América esperando encontrar en él la historia de su origen.

Con factura impecable, aire de alta comedia, -es decir no busca la carcajada evidente sino la sonrisa cómplice-, y pulso ágil, Noche Real puede ser definida como una nadería tan agradable como inocua. Posee el aroma británico de una fruslería para acompañar al té de las cinco. Viene firmada por Julian Jarrold un profesional que conoce el oficio a fondo, lleva 30 años sin parar de trabajar para el cine y la televisión. Su obra siempre es correcta, sus películas viven en la discreción total. Ni gustan, ni disgustan. O dicho de otro modo, su trabajo se ve bien y se olvida rápido.