El próximo martes, 24 de mayo de 2016, Jia Zhang-ke cumplirá 46 años. Es, sin duda, la cabeza visible del cine de la llamada sexta generación, la que sucedió al boom del cine chino vivido en los años 80 y que consagró a Zhang Yimou como su máximo referente internacional. Recordemos: Jia Zhang-ke estrenó su primer largo en 1998 y, desde entonces, sus reiteradas disecciones críticas sobre la vertiginosa transformación de China no han cesado de sorprender, a veces, incluso de estremecer.

Parece un cuento de hadas pero, en lugar de fantasía, todo se ve iluminado por un subrayado de la hipérbole realista. Hay un lírico hiperrealismo que todo lo impregna. Parece un melodrama de días tristes y noches solitarias y, pese a ello, transmite buen rollo y reconciliación con la condición humana. Ahora bien, con rezumar buenas vibraciones, en algunos momentos se disparan todas las alarmas de la sospecha y el temor porque sabemos que lo que narra el filme, no es lo que suele acontecer en la vida real.

Francia ha dado al mundo dos relevantes ofrendas. Una fue la creación del cine, un invento que desde su nacimiento giró en torno a dos referentes, el de los hermanos Lumière, ligado al realismo, y el de Méliès, explorador de lo fantasmático. El otro legado, cuando el cine ya articulaba relatos, fue el llamado cine noir. Así, Francia cultivó el género, un género sujeto a hibridaciones y subgéneros, y alumbró cineastas y películas inolvidables, por más que sea EE.UU.