La modista teje su manto en un territorio hostil, en un tono turbio y en un juego de requiebros que pulveriza géneros preestablecidos. Con ella, regresa en la dirección de largos una mujer que en los 90 irrumpió con fuerte personalidad en un momento en el que Australia (George Miller, Peter Weir, Alex Proyas, Baz Luhrmann,…etc.) se descubría como la mejor reserva para sostener el cine de Hollywood.

Una sensación de déjà vu atraviesa de principio a fin El nombre del bambino. Y no es porque se trate de un remake, de cuyo referente anterior permanecen restos. Como esos ecos distantes de unos chistes antes contextualizados en Francia y ahora trasladados a Italia; antes con referencias al nombre de pila de Hitler y ahora con guiños a Mussolini. Ese sabor a plato recalentado no descansa en que aliña un argumento ya conocido, sino en cómo formaliza su contenido.

Lo mejor de El regalo hay que extraerlo de la imprevisibilidad de su argumento. Parece un filme de terror, pero desobedece las reglas canónicas imperantes. Podría haber sido un filme convencional, pero regatea las normas definitorias del cine de nuestro tiempo y no respeta demasiado los usos de los referentes clásicos. Cine mestizo pues que abunda en el desconocimiento del otro. Su anécdota narrativa parece un cruce entre aquel desaforado Un loco a domicilio de Ben Stiller con Jim Carrey, y La semilla del diablo.