Sangre en las manos
Título Original: MACBETH Dirección: Justin Kurzel Guión: Todd Louiso, Jacob Koskoff y Michael Lessliea partir de la obra deShakespeare Intérpretes: Marion Cotillard, Michael Fassbender, Jack Reynor, Paddy Considine, David Thewlis y Sean Harris País: Reino Unido. 2015 Duración: 113 min. ESTRENO: Diciembre 2015
Su Macbeth es épica de videojuego y estética de videoclip y consola. Pero mantiene en pie su fundamento: la palabra de Shakespeare. Una palabra que para ser sostenida exige intérpretes de altura. Kurzel los tiene. Especialmente en los dos principales personajes que son los que deben cargar con el peso de la tragedia: Michael Fassbender y Marion Cotillard. Con ellos al frente, y con el texto de Shakespeare bien asimilado en sus entrañas, este Macbeth aspira a ocupar un lugar digno en la larga historia de adaptaciones cinematográficas.
Resulta inevitable citar tres ante las que Kurzel debe inclinar su cabeza: Kurosawa, Welles y Polansky. Pero, ir detrás de esa altísima trinidad de cineastas, representa un honor al que Kurzel aspira con una ofrenda dispar de rigor y sobriedad, de hipérboles y contención. ¿Contradictorio? Sin duda. Este Macbeth provoca una suerte de extrañamiento.
La opción de Kurzel, sabedor de que no podía anclarse en lo clásico ni debía resbalar en la anacronía de lo posmoderno, ha sido abundar en el realismo de una época medieval de hierro y fuego, de paisajes vacíos y almas desoladas. Además, en Macbeth siempre se asoma la llama de lo fantasmático. No sólo por las profecías y sus enigmas sino porque, Shakespeare lo sabía y también lo supieron quienes saben de la complejidad de lo real como Bergman, las hondas pasiones sirven a extrañas llamadas más propias de demonios que de hombres.
Se dirá que sus dos grandes intérpretes, Fassbender y Cotillard se cruzan sin alcanzarse, se rozan sin sentirse, se hablan sin escucharse. Esa agonía de la complicidad, esa ausencia de corazón, abunda en la sensación de desplazamiento de Macbeth desde su Escocia natal a una Invernalia de Juego de Tronos.
Resulta inevitable citar tres ante las que Kurzel debe inclinar su cabeza: Kurosawa, Welles y Polansky. Pero, ir detrás de esa altísima trinidad de cineastas, representa un honor al que Kurzel aspira con una ofrenda dispar de rigor y sobriedad, de hipérboles y contención. ¿Contradictorio? Sin duda. Este Macbeth provoca una suerte de extrañamiento.
La opción de Kurzel, sabedor de que no podía anclarse en lo clásico ni debía resbalar en la anacronía de lo posmoderno, ha sido abundar en el realismo de una época medieval de hierro y fuego, de paisajes vacíos y almas desoladas. Además, en Macbeth siempre se asoma la llama de lo fantasmático. No sólo por las profecías y sus enigmas sino porque, Shakespeare lo sabía y también lo supieron quienes saben de la complejidad de lo real como Bergman, las hondas pasiones sirven a extrañas llamadas más propias de demonios que de hombres.
Se dirá que sus dos grandes intérpretes, Fassbender y Cotillard se cruzan sin alcanzarse, se rozan sin sentirse, se hablan sin escucharse. Esa agonía de la complicidad, esa ausencia de corazón, abunda en la sensación de desplazamiento de Macbeth desde su Escocia natal a una Invernalia de Juego de Tronos.
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