45 años
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Título Original: LA EXTRAORDINARIA FRAGILIDAD DEL MATRIMONIO Dirección:  Andrew Haigh Guión: Andrew Haigh (Relato: David Constantine) Intérpretes: Charlotte Rampling, Tom Courtenay, Geraldine James, Dolly Wells y  David Sibley  País: Reino Unido.  2015   Duración: 93 minutos ESTRENO: Diciembre 2015
A partir de un breve relato de David Constantine, un texto corto de alcance largo, Andrew Haigh construye un filme que disecciona algunas cuestiones complejas del siempre resbaladizo territorio de las relaciones afectivas. No ha sido casualidad que a 45 años le lluevan nominaciones y premios. No es gratuito que allá por donde pasa, recolecte elogiosos comentarios y abra encendidos debates. Pero, dada la aparente sencillez de su argumento, dada la carencia de anécdotas y la inexistencia de trucos, ciertos públicos podrían no (re)conocer lo que este filme hermoso y noble lleva dentro.
Acontece muy de vez en cuando, que en un mercado obsesionado con la taquilla joven, vendido al superhéroe y esclavo del texto con acné y risa tonta, irrumpen como fenómenos singulares películas que ceden el protagonismo a gentes que han superado la edad de la jubilación. Gente de arrugas y memoria al mando de historias intensas y romances extraordinarios como los aquí encarnan Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay). Los protagonistas de 45 años, el tiempo que llevan casados los casi únicos personajes de este sutil relato de silencios y sospechas, tras una vida conjunta de equilibrios sólidos y seguridad sin incertidumbre, se enfrentan al final del camino con una suerte de “cosa” que pulveriza su estabilidad.
Esa “cosa” que hace temblar el templo matrimonial adquiere la humilde forma de una carta en la que se da noticia del hallazgo de un cadáver congelado en una montaña de hielo. Esos restos que se han conservado ajenos al paso del tiempo pertenecen a la novia de Geoff; su primer amor, que falleció en un accidente y cuyo cuerpo había desaparecido. No se trata de una duda criminal, no hay culpables ni misterios. Solo hay el estremecimiento del tiempo perdido, el relámpago que ilumina, en el feliz ocaso de una vida conyugal, el recuerdo dormido de una historia de amor que no pudo ser.
Con no ser monstruosa, la emergencia de esa “cosa” amenaza con destruir a quienes tienen noticia de ella. De forma que el retorno de ese cuerpo mantenido eternamente joven, opera como una alegoría terrible. Al leer la noticia, Geoff, con la visión del cuerpo congelado de su primer amor, recupera sensaciones olvidadas, recuerdos ocultos en ese desván, metáfora del subconsciente. Y con el sonido de viejas canciones como Smoke Gets in Your Eyes que los Platters relanzaron al final de los años 50, su cabeza se (con)funde.
Y ahí, en ese retorno al pasado, brama el rugido interior que pone en alerta a Kate, una amante amada durante 45 años que, ahora, en la semana en que se va a celebrar su aniversario, se ve asediada por un fantasma terrible: el recuerdo de la primera novia de su marido y el asedio del pasado.
Geoff, impresionante Tom Courtenay (La soledad del corredor de fondo, 1962), encara el último escalón de la ancianidad, su mente carece de brío, su ensimismamiento absorbe la fatiga de la edad. Y ante ese naufragio, Kate, una Rampling (Portero de noche, 1974) que merecidamente ha ganado el premio a la mejor actriz del cine europeo, asume el peso del filme.
Apenas hay sobresaltos. Hay más susurros que gritos, si evocamos a Bergman. Y, además, Haigh cultiva aquí esa voraz capacidad para desnudar los deseos del amor que nos enseñó Rosellini. Todo se articula bajo un ritmo sereno. Entre encuentro y desencuentro, paisajes. Fondos con ligeros aleteos. Casi todo se diría inmóvil. Suena Bach y se lee a los clásicos. Un tempo sosegado para una feroz tormenta interior que cuestiona los pilares de las relaciones humanas y el fundamento del amor. Un filme serenamente grande e inteligentemente conmovedor.
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