Ni bien ni mal, sino todo lo contrario

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Como la era Rebordinos evita el contacto directo entre los representantes de los medios de comunicación y el jurado, aquel imprevisible acto de la lectura del palmarés ante la prensa nos ha dejado sin ese abrazo ritual con la libertad, la discrepancia y la algarabía. Ahora, todo se uniforma, todo se ha vuelto políticamente correcto y lo que antes rebosaba alta pasión y daba lugar a abucheos y vítores, ahora se reduce a un acto protocolario al servicio de la alfombra roja. Un ceremonial edulcorado seguido por un público -invitado en buena parte- que, en su mayoría, no puede o no sabe opinar sobre el fallo porque, a diferencia de los periodistas y críticos, ellos no han visto todas las películas a concurso. Así que los premios se suceden sin que se pueda percibir si hay conformidad o no con la decisión del jurado. Tiempos blandos, tiempos tibios. Tiempos al servicio del patrocinador, o sea de TVE.

Decíamos todos estos días que, dada la escasa enjundia de la se(le)cción oficial, cualquier cosa era posible y muchas razonables. Así que, que la Concha de Oro 2015 fuera a parar a la película islandesa Sparrows de Rúnar Rúnarsson, entraba dentro de la lógica. El filme, infravalorado por la mayoría de las opiniones críticas publicadas, parece un buen ganador porque premia a un director en sus comienzos y con un trabajo que, pese a su modestia de medios, ha sido realizado con una extraordinaria pulcritud, con un pulso notable y al servicio de un relato iniciático desolador y desolado. Sin duda era una de las mejores películas y su escritura señala el camino de lo que debiera ser esta sección: tener más audacia, ser más afín al rigor y la coherencia y evitar las concesiones, por más que la presión del mercado y la política claven sus colmillos con dureza. Eso es lo que le ha dicho el jurado al festival. Ahora bien, para los amantes del glamour y el masaje emocional, que la Concha de Oro se vaya para un filme islandés desconocido no dejará de ser una extravagancia inapropiada.

También entraba en la lógica del reconocimiento, por más que la radicalidad de su propuesta le granjee rechazos virulentos, que el Premio Especial del Jurado recayera en la cinta francesa Evolution de Lucile Hadzihalilovic. Por cierto, doblemente premiada porque fue también ganadora del Premio a la mejor fotografía por el excelente hacer de su responsable, Manu Dacosse. Así, un filme bizarro, una elucubración fuera del tiempo real y en un espacio inubicable, aparece como doble ganador en la otra acertada decisión del jurado, presidido por Paprika Steen, que vuelve a mostrarle el camino al Zinemaldia.

Si había un premio cantado, aunque ya nadie quería decirlo por temor a la obviedad, ese era el de la Concha de Plata al Mejor Actor inteligentemente otorgada a dos; a los actores Ricardo Darín y Javier Cámara, por su hacer en Truman de Cesc Gay. Ninguna objeción a este título que se asoma a la tragedia de la muerte y que lo hace con una resignada sonrisa. Sin duda, el buen hacer de Darín debe mucho al mejor responder de Cámara y viceversa. Buena decisión porque este premio era cosa de dos. Como, además, éste era el filme en que mayor consenso favorable había despertado, los aplausos resonaron con los ecos satisfechos de quien ha merecido la mayoría absoluta.

Más dudas, en mi opinión, levanta el Premio a la mejor actriz a Yordanka Ariosa, por El rey de La Habana de Agustí Villaronga. No es que ella esté mal sino que el conjunto de toda la película, ese tono dislocado y grueso, deja poco espacio para el matiz interpretativo y la sugerencia. Pero tampoco había mucho donde elegir y aquellas actrices que podían discutirle el premio no hubieran podido venir el sábado noche a la entrega de premios, y esos pequeños detalles son cosas que también condicionan.

Mucho más discutible, en el límite del despropósito, fue la Concha de Plata a Mejor Director para Joachim Lafosse por Les chavaliers blancs. Si algo parece no tener este filme es una mano rectora. Crispada, confusa y con una puesta en escena que nada sabe del verosímil, por más que repita que recrea hechos reales, lo mejor del filme se encuentra antes de entrar a ver la película, en su sinopsis argumental, en ese tratar de encarar el complejo e hiriente tema de la adopción de niños del tercer mundo en un contexto en el que ya Tavernier estuvo a punto de descalabrarse. Lafosse lo hace mucho peor y poner esta Concha en sus manos, que le designa por encima de autores como Terence Davies, Liu Hao, Ben Wheatley, Mamoru Hosoda o Levan Tutberidze, parece tan desafortunado como el guión de Lejos del Mar de Imanol Uribe.

Otros premios como el del mejor guion para los hermanos Arnaud y Jean-Marie Larrieu por 21 noches con Pattie y la Mención Especial del Jurado para El Apóstata de Federico Veiroj  rellenan esa pedrea en la que, lamentablemente poco o nada recibióAmama de Asier Altuna, salvo el reconocimiento a la mejor película vasca.

Pero esta cuestión de los premios y de los jurados conviene relativizarla, especialmente en ediciones como ésta donde, más allá de discrepancias sobre una u otra película, en lo que se ha dado una coincidencia total es en la constatación del decepcionante nivel de la Sección Oficial. Cada vez que veíamos una Perla venida de otro festival, se hacía más insoportable  que Donostia no supiera, pudiera o quisiera captar películas como éstas.

Algunos comentaban que en Horizontes Latinos se estaba acumulando el mejor material. Otros, encontraban en Zabaltegi extraordinarias películas. Eso, todavía empeoraba más el diagnóstico. Si eran tan buenas, ¿por qué competían en secciones menores o por qué habían ido a festivales de menor importancia?

Lo anómalo, lo inconcebible, es que no se supiera de antemano que esto iba a pasar. Unos días antes, un suplemento cultural, aglutinó para la “foto” a la mayor parte de profesionales del cine español que acudían a Donostia como si se tratase de la Armada Invencible. Y esa es la cuestión. El núcleo duro del festival ha estado lleno de películas españolas, de representantes de un cine al que desde hace años Cannes, Berlín o Venecia no es que no miren, es que no lo ven. El azar quiso que el año pasado, la cosecha fuera extraordinaria y el resultado final maquilló lo que aquí siempre pasa. Hay que frenar esa complacencia con la industria nacional porque, si se sigue ampliando el cine español de la sección oficial, San Sebastián acabará convertida en la edición de otoño del festival de Málaga.

Lo cierto es que el festival más o menos parece mejorar en casi todo menos en su columna vertebral. Cada año hay más ciclos, más secciones, más actos paralelos… Hay cada vez más PhotoCall pero este año por ejemplo ha habido menos luz en las estrellas invitadas. Problemas de la dispersión, consecuencias de la indefinición. Para todo no alcanza.

Es que incluso en el ¿obligado? glamour de peaje y encargo, esta 63 edición ha hecho anti-historia. No se acaba de entender que en una edición lluevan premios Donostia, casi media docena, y en otra, se dé un único gran premio a una frágil y estupenda actriz llamada Emily Watson, a la que los cazadores de autógrafos ni conocen ni (re)conocerán nunca.

Pero tampoco hay que distorsionar las cosas. Llevamos años en la misma línea y las constantes vitales no señalan mayor problema que esa extrema debilidad de la Sección Oficial. Así que hay que confiar en que el pequeño desfallecimiento de este año, la respuesta a esta pobreza actual, nos espera a la vuelta de la esquina. En ese 2016 que convertirá a Donostia en la capital europea de la Cultura.

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