“Lo imposible” en clave de pesadilla política

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Título Original: NO ESCAPE  Dirección:  John Erick Dowdle Guión:  Drew Dowdle y  John Erick Dowdle           Intérpretes: Owen Wilson, Pierce Brosnan, Lake Bell, Sterling Jerins, Spencer Garrett, Claire Geare, Jim Lau y Sahajak Boonthanakit     País: EE.UU. 2015. Duración: 94min.  ESTRENO: Octubre  2015

No escape, traducido aquí como Golpe de Estado, dirigido y coescrito por John Erick Dowdle, transcurre en algún lugar de Asia, al lado de Vietnam. Un lugar cuyo nombre nadie verbaliza. ¿Será Laos, será Camboya…? Todo lo más se nos indica, del innombrado país exótico, su pasado comunista y su presente violento y revolucionario. Pero todo queda descontextualizado, todo parece real, aunque nada resulte verdadero.
En ese contexto, No escape, cuyas bondades cinematográficas son tan limitadas como resultan eficaces sus armas de cine de consumo, aporta muchos elementos para la controversia y la discusión. Como ejercicio de cinismo no tiene precio. Como muestra de la sensibilidad que practica EE.UU. su relato depara una lección perversamente aleccionadora.
El filme arranca con el viaje de una familia norteamericana al citado país. El padre de familia ha aceptado un alto cargo en una empresa que, luego nos enteraremos, se ha apropiado del agua por el tradicional sistema de la usura. Se presta a quien no tiene y, como no le alcanza para pagar, su deuda se hace infinita hasta perder como decía el filme de Iciar Bollaín, incluso la lluvia. Es la fórmula del neoesclavismo capitalista que tanto mortifica a Grecia, como luego lo hará con el resto de Europa.
Lo explica sin rubor y con cierto remordimiento el personaje de Pierce Brosnan, un agente con más cicatrices que futuro y que, como la mayoría de los personajes secundarios de esta película, se diluye en aras del psicodrama familiar. De manera que, lo que aparenta recuperar las viejas formas del cine político de los años 70 y 80, toma en vano ese pretexto para repescar el modelo de Lo imposible de Juan Antonio Bayona.
En realidad, en lugar de la catástrofe provocada por un tsunami, aquí la gigantesca ola que amenaza a la supervivencia de la familia, es una revuelta rabiosa y sanguinaria que inician los nativos contra todo occidental que se mueva y todo paisano que les ayude. De ese modo, el filme tras un sugerente inicio lleno de ambigüedad y con la promesa de algo distinto, se quiebra a los diez minutos para dedicarse a recrear una persecución en la que esta familia de robinsones mutan en acróbatas lacrimógenos mientras los asiáticos parecen zombies que les persiguen con más rabia que talento.
En este punto, Golpe de Estado apuntala un ritual frenético. Caprichoso en su devenir, estúpido en su razonar y paradójico en su resolución. En ese laberinto, Dowdle encuentra inesperados tropiezos. Por ejemplo, en su reparto. Owen Wilson, rostro emblemático de la nueva comedia americana, no consigue (com)poner el personaje que el guión no le da. Si en la acción, Tom Cruise parecería un catedrático al lado de un párvulo; en el melodrama, su cruce con Lake Bell, jamás transmite la más mínima combustión. Lloran, gritan, hablan y se mueven… pero nada aporta emoción al relato.
En el DNI de Dowdle abundan trabajos de cine de terror. Ese es su natural caldo de cultivo. Y de hecho Golpe de Estado desemboca en eso. Ni denuncia política, ni abismamiento en las relaciones conyugales y en los roles típicos. Él, profesional de éxito; ella, ama de casa. Eso sí, con dos hijas que compensan por todo.
Desprovisto de entrañas, el artefacto de feria funciona con convicción. Hay momentos tensos, secuencias vibrantes y un desenlace alucinado. Pensar que la tierra de salvación para sus protagonistas es la que hace 45 años EE.UU. arrasaba con napalm, suena a broma pero da escalofríos.
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