Se dijo esto en estas páginas. En el cine de Woody Allen, cada nueva película se comporta como un eslabón más de una obra férreamente entrelazada. Una pieza que se articula con la anterior y que abraza a la siguiente. Tan parecida como diferente, tan genéticamente reconocible como específicamente distinta a las demás.
Hace tiempo que Allen dejó de entender el oficio como si cada nueva película fuera la última.

Zarandeada en su paso por el festival internacional de cine de San Sebastián, Amenábar lo dijo de manera inmediata. Regresión, señaló, no es cine de festival. Tenía razón. Regresión, pese al serio intento de introducir sensatez en este tipo de filmes clavados al despropósito y el exceso, no adjunta en su interior los ingredientes necesarios para ser tratada como una obra de director.