Hay un pasaje especialmente perturbador que preside el tratamiento que Richard Glatzer y Wash Westmoreland aplican a un filme que surca el diente de sierra inherente a esos relatos que se abisman en la enfermedad y la muerte. Siempre Alicia, o mejor, como sugiere con más precisión el título original, Todavía Alicia, aparece como una nueva incursión a través del Alzheimer y sus horrores.

La enfermedad de Iñárritu probablemente ya no tiene remedio. Se llama vanidad y al autor de Amores perros ese cáncer le ha oxidado hasta la médula ósea. Birdman parece una gran película pero apenas acierta a balbucear un grito de impotencia, la de su director que constantemente se retrata con ella y en ella. Posee un sofisticado guión, una partitura de lujo montada sobre dos rieles.