La isla mínima, como delata su nombre, se mueve en medio de esos espacios insignificantes, allí donde lo pequeño, lo es tanto, que se diría desaparece. En esos “no lugares” en los que la luz desparramada en tierra de juncos y barro provoca miedos y sombras, surge este filme inquietante. Un filme de nieblas y de luz que esconden lo obvio y con las que su director y coguionista, Alberto Rodríguez, entona una crónica descarnada sobre la España de la transición.

Un comienzo sorprendente y una presencia fascinadora inauguran por todo lo alto La desaparición de Eleanor Rigby. El arranque, lógicamente, no se va a detallar. En cuanto a la fulgurante presencia, digamos su nombre: Jessica Chastain; una de esas actrices que insuflan a sus personajes un toque de distinción, un plus de carisma que está más allá de la fotogenia.

ay algo de afán crepuscular en La entrega. Y lo hay por muchas razones. La más evidente proviene de ese toque de queda arañado por la melancolía de saber que aquí termina la carrera de James Gandolfini, un actor que en sus últimos años de vida pedía un lugar en el Olimpo actoral junto a grandes como Bogart, Mitchum o McQueen.